La tarde avanzaba con lentitud, como si cada minuto quisiera arrastrar el peso del día. Eliana había regresado a casa temprano. No era habitual, pero sentía que su mente no podía con más reuniones, más informes ni más pensamientos enredados.
Se quitó los tacones apenas cruzó la puerta, dejando que sus pies tocaran el suelo frío con libertad. Soltó el cabello, se preparó una taza de té y caminó hacia la sala sin prisa. El silencio del hogar contrastaba con el bullicio emocional que aún hervía en su interior.
Encendió una vela aromática y se dejó caer en el sofá.
No pensaba en nada y, al mismo tiempo, pensaba en todo.
El timbre sonó de pronto, rompiendo su breve tregua mental. Frunció el ceño. No esperaba a nadie. Caminó hacia la puerta con el ceño levemente fruncido, aún con la taza de té en la mano.
—José, ¿olvidaste…? —murmuró al abrir, sin terminar la frase.
Pero lo que encontró al otro lado de la puerta le robó el aliento.
Ahí estaba Samuel, con su mochila colgando de un hombro y u