Eliana aún tenía su vista con la de José Manuel cuando, de pronto, él bajó la mirada y soltó un suspiro que terminó en una pequeña sonrisa.
—No quiero cortar el momento… pero no se te olvide que te toca lavar la loza, CEO Álvarez.
Ella lo miró con las cejas arqueadas, conteniendo una risa.
—¿De verdad vas a sacarme eso ahora, después de un momento casi poético?
—Las reglas son reglas —dijo él, encogiéndose de hombros—. Además, el trato fue claro.
Eliana se cruzó de brazos y ladeó la cabeza.
—Ajá… Pero olvidas algo importante.
—¿Qué?
—Yo te ayudé a cocinar. Así que ahora tú también me debes ayuda.
José Manuel la miró entre divertido y rendido.
—No pierdes ni una, ¿cierto?
—Nunca —respondió ella, triunfante.
Ambos soltaron una carcajada suave, y por primera vez desde hacía mucho tiempo, reír juntos no dolía. No llevaba carga, ni nostalgia. Era simplemente… alivio.
Volvieron a entrar a la casa. Samuel seguía en la sala, pintando con energía, completamente ajeno al universo emocional que