María José se acercó lentamente y puso una mano sobre su hombro. Eliana cerró los ojos. Era una caricia cálida, inesperada… como si por fin alguien entendiera lo que había guardado durante tanto tiempo.
—Perdóname si remover este tema te hace mal —dijo María José con suavidad—. Pero gracias por confiar en mí para contarlo. No sé por qué, Eliana… pero cada vez me siento más cerca de ti. Como si te conociera desde siempre.
Eliana asintió lentamente, con un nudo en la garganta.
—Tal vez… tal vez nuestras almas sí se conocían —murmuró sin saber bien por qué lo decía—. Tal vez por eso me es tan fácil hablar contigo.
Se abrazaron sin planearlo. Fue un abrazo largo, sin palabras. Uno de esos que no necesitan explicaciones. Y en medio de esa cocina tibia, con la comida ya lista y el aroma llenando el aire, algo invisible se fortalecía entre ellas: un lazo que iba más allá del presente, más allá de la sangre, más allá del tiempo.
—Ahora cuéntame de tu infancia— menciono Eliana.
María José se q