El ascensor avanzaba con su típico zumbido elegante, pero Amanda apenas lo registraba. Su mente seguía enganchada al impacto que acababa de recibir en el lobby: un logo dorado e imponente, un nombre que le encogió el estómago y le puso la piel fría.
Van Ness Fine Jewelry
No podía ser una coincidencia.
No podía.
Intentó convencerse de que el mundo era grande y los apellidos se repetían, pero la ansiedad no le creía.
La gente entraba y salía con cajas brillantes, portafolios, tabletas, joyas envueltas en terciopelo negro con el sello dorado de la marca.
Era una joyería de lujo… la joyería de lujo.
Las puertas del ascensor se abrieron en el piso nueve, revelando una recepción más sobria que el lobby, pero igual de intimidante, paredes de vidrio empavonado, iluminación precisa, y una rubia de mirada profesional que parecía saber todo lo que ocurría dos pisos arriba y dos pisos abajo.
—Buenas tardes —dijo Amanda con su mejor tono formal—. Tengo una entrevista para el área de finanzas.
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