Amanda salió del ascensor con una sensación extraña en el pecho, esa mezcla contradictoria entre alivio y agotamiento que solo aparece después de llorar sin llorar.
Hablar con Ethan… había sido como destrabar una válvula de presión.
Una pequeña parte de ella seguía temblando por dentro, pero otra brillaba con una determinación que no recordaba haber sentido en mucho tiempo.
Durante ese rato en su oficina, él la había escuchado sin interrumpirla, sin juzgarla, sin minimizar nada, como si esas cosas que todos llamaban “tonterías” fueran heridas reales y él las estuviera reconociendo por fin.
Y lo peor —o lo mejor— era que ella todavía sentía ese abrazo en la piel.
Pero el mundo real no la esperaba con abrazos ni palabras suaves.
Solo con su cubículo.
Con finanzas.
Y con esa fila de rumores venenosos que parecían reproducirse solos.