Su peor error.
Amanda no sabía en qué momento el día se había desmoronado sobre sus hombros.
Tal vez fue cuando encontró los balances destruidos. O cuando tuvo que fingir que no le temblaba la voz mientras peleaba con la dignidad media rota. O quizá fue cuando estuvo a punto de quebrarse frente a Ethan y él, en lugar de dejarla caer, la sostuvo como si fuera lo más natural del mundo.
Y ese abrazo…
Ese bendito abrazo seguía pegado a su piel como un recuerdo cálido que amenazaba con derretirle la rabia si se distraía un segundo.
Pero ahora ya no estaba en su oficina y no tenía a Ethan para contenerla ni para hacerla reír en medio de un colapso emocional.
Ahora estaba sola en un piso semivacío, con luz fría, con carpetas por cerrar, con números revisados y con un equipo entero esperando que fallara para poder devorarla viva.
Aun así, terminó su trabajo.
Porque Amanda no era débil.
Y porque renunciar no era una opción, no después