Te ves increíblemente hermosa.
La sonrisa de Ethan Van Ness tenía un poder extraño.
Por alguna razón que Amanda aún no lograba descifrar, cada vez que él sonreía así —con ese brillo esmeralda en los ojos, esa calma peligrosa y esa seguridad que parecía envolverlo todo— sus nervios se deshacían como si hubiera apagado un interruptor interno.
Y justo ahora, en medio de una sala llena de millonarios que jamás había visto en su vida y que posiblemente la juzgaban con la mirada, con Daniel a su derecha sujetándole el brazo con demasiada firmeza, esa sonrisa fue su única ancla.
—Hermano… ¿dónde han quedado tus modales? Si ella es mi acompañante, está claro que yo debería presentarla.
Daniel endureció la mandíbula y, sin soltar el brazo de Amanda, incrementó ligeramente la presión, como si temiera que ella se soltara y se fuera de su lado. Ella sintió un tirón extraño en el pecho.
“Ay Dios… ¿qué es esto? ¿Competencia masculina o territorio corporativo?”
Ojalá fuera lo segundo.
—Ella es Amanda Rivas. Mi asistente financier