Señora Van Ness.
Las puertas se abrieron en el piso veintidós y lo primero que vio fue la recepción, un espacio moderno, amplio, decorado en tonos claros, con una lámpara elegante en el techo y un escritorio de madera oscura donde una mujer castaña, de piel muy clara y sonrisa amplia, hablaba por teléfono mientras tecleaba en la computadora como si pudiera hacer tres cosas a la vez sin despeinarse.
En cuanto los vio, cortó la llamada con rapidez y se enderezó en su asiento.
—Buenos días, señor y señora Van Ness —saludó con una amabilidad impecable.
Amanda sintió cómo el alma se le hacía un nudo.
Señora Van Ness.
Por segunda vez en un mismo edificio.
Su apellido no era Van Ness. Mucho menos “señora” de nadie. Apenas estaba aprendiendo a no temblar cada vez que Ethan la miraba así, como si fuera suya, y ahora el universo se empeñaba en casarlos en todas las recepciones de la ciudad.
Et