El día después de la proposición, desperté con el anillo de plata en el dedo y una sonrisa en el rostro. La primavera había llegado al fin — el bosque estaba lleno de flores rojas, amarillas y azules, y el aire olía a hierba fresca y jazmín. Rosa estaba en la cocina de la Luna Aullante, preparando desayuno con Elena y Carlos.
“Buenos días, novia”, dijo Rosa, riendo. “Traje esto — mi madre me lo dio para mi matrimonio, pero nunca me casé. Ahora, es tuyo.” Sacó un vestido de tela blanca con bordados de flores de luna.
Me quedé muda. El vestido era hermoso — igual que el que mi abuela me había dicho que me haría para mi boda. “Gracias, Rosa”, dije, con lágrimas en los ojos. “Es perfecto.”
Recuerdo nuevo — Pensé en cuando era niña y mi abuela me hablaba de mi boda. “Te haré un vestido de luna”, dijo, cogiendo mi mano. “Con bordados que brillen como la luz lunar. Serás la más bonita del mundo.” Ahora, Rosa me estaba dando ese mismo sueño hecho realidad.
Ese mediodía, todos se reunieron par