Mundo ficciónIniciar sesiónEl día después de su decisión, Catalina se vistió con un vestido gris claro y dejó sus labios de rojo sangre un poco más suaves — quería parecer seria, pero no amenazante. Salió de la mansión sin decirle a nadie adónde iba y se dirigió al Hospital San Rafael, el más exclusivo de la ciudad, donde estaba internado Santiago Mendoza.
Al llegar a la sala de cuidados intensivos, fue recibida por una enfermera de uniforme blanco. "Señorita, ¿tiene cita?" preguntó, con una voz fría. "No," dijo Catalina. "Soy Catalina López. Voy a ver a Santiago Mendoza." La enfermera frunció el ceño. "Los visitantes de don Santiago son solo familiares. La señora Mendoza lo ha ordenado así." "Pues dígale a la señora Mendoza que soy su futura nuera," dijo Catalina, con una voz firme que no admitía contradicciones. "Eso debe ser suficiente." La enfermera se quedó en silencio, mirándola con sorpresa, y luego fue a llamar a la familia. Unos minutos después, apareció una mujer alta y delgada, con el cabello gris recogido y un vestido negro elegante. Era Elena Mendoza, la madre de Santiago — una mujer conocida por su fuerza y su poder en los círculos empresariales. "Usted es Catalina López?" preguntó, mirándola de pies a cabeza con una expresión de desprecio. "Yo esperaba a Jessy." "Catalina es mi nombre," dijo Catalina, extendiendo la mano. "Jessy no quiso casarse. Así que yo lo haré." Elena no cogió su mano. "Mi hijo se casará con la mujer que le prometimos. Con Jessy." "Jessy se negó," repitió Catalina, con calma. "Y yo acepté. Los Mendoza necesitan un matrimonio para asegurar la sucesión — y yo soy la única opción que tienen en dos semanas." Elena se acercó a ella, con los ojos negros llenos de ira. "¿Crees que puedes usar a mi hijo para tus propósitos?" "¿Y ustedes no lo están usando para los suyos?" preguntó Catalina, con una sonrisa irónica. "Santiago está en coma. No puede decidir nada. Pero el imperio Mendoza necesita un heredero legítimo. Yo le daré eso." Antes de que Elena pudiera responder, apareció un hombre alto y guapo, con el cabello castaño y ojos azules. Era Lucas Mendoza, el hermano menor de Santiago. "Mamá, déjela pasar," dijo, mirando a Catalina con curiosidad. "Al menos quiero conocer a la mujer que se casará con mi hermano." Elena suspiró de frustración y dio un paso atrás. "Muy bien. Pero solo unos minutos. Y no toque nada." Lucas la acompañó hasta la habitación de Santiago. Era una habitación grande y luminosa, con ventanas que daban al jardín del hospital. Santiago estaba en la cama, con máquinas que le medían el ritmo cardíaco y la respiración. Tenía el cabello castaño oscuro, las cejas fruncidas como si estuviera soñando con algo difícil, y la cara paleada por la enfermedad. Catalina se acercó a la cama y se quedó mirándolo. No era feo — al contrario, era muy guapo. Pero estaba inertes, como un muñeco de porcelana. "Ha estado así durante tres meses," dijo Lucas, de pie a su lado. "Los médicos no saben si va a despertar. Algunos dicen que nunca lo hará." Catalina miró a Lucas. "¿Y usted qué piensa?" "Yo pienso que mi hermano es fuerte," dijo Lucas. "Que encontrará la forma de volver. Aún si no lo recuerda todo." Catalina volvió a mirar a Santiago. Le acercó la mano hasta casi tocar su cara, pero se detuvo. "¿Cuál era su sueño? ¿Qué quería hacer con su vida?" "Quería expandir el imperio Mendoza," dijo Lucas. "Pero también... quería ser libre. Dejar de ser el heredero que todos esperaban. A veces pensaba que el accidente era un escape." Catalina sonrió. "Un escape? Tal vez. Pero ahora está atrapado en otra cosa — en un matrimonio que no pidió." "Y usted? ¿Por qué lo hace?" preguntó Lucas. "No es por amor, eso lo sé." Catalina miró a sus ojos. "Por poder," dijo sin rodeos. "Por ser reconocida. Por demostrar a mi padre y a mi hermana que yo soy la mejor." Lucas se quedó en silencio por un momento, luego sonrió. "Al menos eres honesta," dijo. "Eso es más de lo que puedo decir de muchos." En ese momento, Elena entró en la habitación. "Ya es suficiente," dijo. "Ahora se va, señorita López." Catalina se dio media vuelta y miró a Elena. "De acuerdo," dijo. "Pero recuerde: en dos semanas, soy su nuera. Y el imperio Mendoza pasará a estar en mis manos — al menos hasta que Santiago despierte." Elena se puso roja de rabia, pero no dijo nada. Catalina se despidió de Lucas con una cabeza y salió de la habitación. Mientras caminaba por el pasillo del hospital, pensó en Santiago. Había dicho que lo haría por poder, pero al mirarlo en la cama, sintió algo que no esperaba: una pequeña chispa de lástima. "Pronto seremos esposos," dijo en voz baja. "Y tú no sabes nada de mí. Pero cuando despertés — si despertés — te enterarás de que tu esposa no es la que esperabas. Y eso cambiará todo." Al salir del hospital, encontró a Jessy esperándola en el coche. "¿Qué ibas a hacer ahí?" preguntó Jessy, con una voz de desprecio. "¿A ver a tu futuro marido muerto?" "Catalina se subió al coche y miró a Jessy. "No está muerto," dijo. "Y cuando desperté, te arrepentirás de haber negado el matrimonio. Porque yo tendré todo lo que tú quisiste — el dinero, el poder, la familia Mendoza." Jessy se rió. "Tú? Una niña olvidada? No podrás hacer nada. Los Mendoza te harán la vida imposible." "Veremos," dijo Catalina, con una sonrisa de rojo sangre que le hizo temblar a Jessy. "Veremos quién tiene la última palabra."






