Mundo ficciónIniciar sesiónLos preparativos de la boda empezaron al día siguiente. Carlos López había contratado al mejor diseñador de vestidos de la ciudad, al florista más famoso y al organizador de fiestas que había trabajado en bodas de famosos. Todo tenía que ser perfecto — no por Catalina, sino por el nombre Mendoza.
Catalina estaba en la sala de diseños, probando un vestido de novia de tulle blanco con encajes de París, cuando llegó Lucas Mendoza. El diseñador se retiró discretamente, dejándolos solos. "Vine a ver cómo van los preparativos," dijo Lucas, mirando el vestido con curiosidad. "Te queda bien. Muy bien." Catalina se miró en el espejo. "Gracias. Aunque no importa lo que me ponga — la boda no es por amor, es por negocio." "Lo sé," dijo Lucas. "Pero al menos podrías disfrutar de lo bonito." Se acercó a ella y bajó la voz. "Quiero decirte algo. Algo que nadie sabe." Catalina se volvió hacia él, con la mirada alerta. "¿Qué?" "El accidente de Santiago no fue un accidente," dijo Lucas, con voz grave. "Los policías lo cerraron como un accidente de tránsito, pero yo sé que alguien lo hizo." Catalina se quedó en silencio, con la sangre helada. "¿Quién?" "No lo sé," dijo Lucas. "Pero lo investigué por mi cuenta. El coche de Santiago tuvo los frenos manipulados. Alguien quería matarlo." "¿Por qué te lo estás diciendo a mí?" preguntó Catalina. "Soy una extraña para ti." "Porque eres la futura esposa de mi hermano," dijo Lucas. "Y si él despierta, necesitará a alguien que lo ayude a encontrar la verdad. Creo que tú eres esa persona — eres fuerte, honesta y no tienes miedo a nada." Catalina pensó en sus palabras. El secreto de Lucas añadía una nueva capa de intriga a todo. Si alguien quería matar a Santiago, ¿quién era? ¿Alguien de la familia Mendoza, que quería quitarle el puesto de heredero? ¿Alguien de fuera, con intereses empresariales? "Lo pensaré," dijo. "Pero prométeme que no le digas a nadie que te lo he dicho. Ni a tu madre." Lucas asintió. "Prometo. Pero ten cuidado, Catalina. Quienquiera que lo hizo, no dudará en volver a intentarlo — incluso si tu estás en el camino." Antes de que Catalina pudiera responder, entró Jessy en la sala. "¿Qué están hablando tan en serio?" preguntó, con una sonrisa de desprecio. "O tal vez Lucas se está enamorando de mi hermana sustituta?" Lucas rió con frialdad. "Nada de eso, Jessy. Solo hablando de la boda." Se despidió de Catalina y salió de la sala. Jessy se acercó a Catalina y miró el vestido. "Te queda bien," dijo, pero su voz no tenía emoción. "Pero recuerda: eres solo una sustituta. Cuando Santiago despierte, lo primero que hará es pedir el divorcio." "¿Y si no despierta?" preguntó Catalina. "¿Qué pasa entonces?" Jessy se quedó en silencio. Sabía la respuesta: si Santiago no despertaba, Catalina sería la viuda heredera del imperio Mendoza. Todo lo que Jessy había negado se lo llevaría ella. "Eso no pasará," dijo Jessy, con voz temblorosa. "Santiago despertará." "Créelo o no, yo también lo espero," dijo Catalina. "Porque quiero conocer al hombre con el que me casé. Y quiero saber quién quería matarlo." Jessy miró a sus ojos, sorprendida por su seriedad, y luego se fue de la sala. Catalina se quedó sola, mirándose en el espejo. El vestido de novia le quedaba perfecto, pero se sentía como una actriz en una obra de teatro — todo era falso, excepto el peligro que se cernía sobre ellos. Esa tarde, Catalina decidió ir al garaje donde estaba guardado el coche de Santiago. Lo encontró en un garaje cerrado, bajo una sábana. Se quitó la sábana y miró el coche: era un coche de lujo, con el capó arrugado y el parabrisas roto. Había marcas de impacto en el lateral, como si hubiera chocado contra un poste. Mientras miraba, encontró un pequeño objeto debajo del asiento del conductor: un anillo de plata con una pequeña piedra azul. No era de Santiago — ella había visto los anillos de él en la habitación del hospital, y este no era uno de ellos. Catalina lo guardó en su bolsillo y salió del garaje. El anillo era una pista. Alguien más había estado en el coche ese día. Alguien que quería matar a Santiago. Mientras conducía a casa, pensó en Lucas, en el anillo y en el secreto que ahora llevaba con ella. La boda no era solo un negocio — era un juego de poder, intriga y peligro. Y Catalina se había metido en el medio. "Ya sea que Santiago despierte o no," dijo en voz baja, mirando el anillo en su mano. "Voy a encontrar la verdad. Y quienquiera que lo hizo, pagará."






