—¿Te lo quitas tú… o te lo quito yo?
Me pregunta con esa mirada de superioridad que solo él puede hacer. Me observa con esos ojos verdes , profundos, mientras se desabrocha lentamente su elegante traje. La habitación es enorme, pero por alguna razón se siente asfixiante. Y aunque algo dentro de mí me suplica que corra, que nada de esto debería estar pasando… ya no hay vuelta atrás.
Él se acerca para besarme. Yo sujeto su rostro, lo miro con firmeza, y una sola pregunta retumba en mi cabeza:
¿Cómo lo hago mío?
¿Cómo hago que esta noche no sea solo una más para él?
Porque este hombre… Andrew Palvin… puede ser mi boleto de salida. La puerta que necesito para abandonar esta vida que no tiene futuro.
Hoy comienza mi plan para quedarme con él.
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Corro de un lado a otro por el húmedo y sofocante set de filmación, intentando que el café —por el que hice media hora de fila— no se derrame. Las personas pasan sin cuidado, chocan contra mí, y hacen mi tarea casi imposible. Pero ya estoy acostumbrada. Traer y llevar café es una inmensa parte de mi trabajo.
Un trabajo que muchos envidiarían, claro:
soy la asistente de una de las nuevas grandes estrellas de Hollywood.
Veo actores, productores y directores todos los días mientras espero mi gran oportunidad.
Pero las puertas de los castings nunca se abren para mí. A mis veinticinco años, esa oportunidad parece más lejana que nunca. Quizás traer café sea ahora mi destino.
Dejo el vaso en el camerino de Hellen Star —nombre falso, personalidad perfectamente fabricada—. Ella ni siquiera me mira. En el espejo podemos vernos: yo, despeinada, sudada, con la piel brillante por el cansancio; ella, impecable, con un vestido de lentejuelas estilo años 50, peluca corta y maquillaje perfecto. Una pintura irreal.
Bebe un sorbo. Y entonces aparece esa diminuta arruga entre sus cejas.
—Maldita sea…
Su mirada aterradora se posa sobre mí. Siempre logra erizarme la piel.
Grito cuando siento el café derramarse sobre mi rostro y manchando mi ropa.
—¿Por qué gritas si no quema? ¡Cuántas veces te he dicho que no bebas café tibio!
Lanza el envase directamente a mi cara.
Las maquilladoras me miran con lástima. Aprieto mis puños, muerdo mis labios hasta sentir que sangran.
—La cafetería está a media ho… —Su mirada me calla de golpe.
Alguien la llama desde afuera: es momento de grabar. Ella se levanta y se acerca a mí.
—Intento ser comprensiva porque estudiamos juntas… pero si no puedes traer un café, ¿cómo planeas lograr algo mejor en tu vida? Lo digo porque me preocupas.
Toca mi hombro, luego limpia su mano en un papel y se va.
Las lágrimas son inevitables. Las maquilladoras intentan consolarme, lo que solo me hace sentir más patética.
Llevo un año trabajando para esa bruja. En la universidad ya era así: la más bella, la menos talentosa. Yo siempre fui primer lugar, siempre arrogante, siempre creyendo que podía superarla con facilidad. Si pudiera volver atrás… elegiría no competir en una guerra perdida.
O cambiar de destino.
—Señor Palvin —dice una de las maquilladoras cuando él abre la puerta.
Andrew Palvin.
El hombre a quien he visto decenas de veces, pero que jamás me ha dedicado un saludo. Nunca una mirada. Nunca una palabra. Vive en la cima del mundo, como Hellen. Y yo… siempre muy por debajo.
Entonces, ¿por qué ahora…
me está mirando?
Sus ojos verdes son imposibles: claros, atrapantes. Es tan alto e imponente que me obliga a enderezar la espalda. Maldita sea, debo verme horrible.
Me aparto los mechones castaños del rostro, aunque lo único que realmente necesito es una ducha.
Él se apoya en el marco de la puerta y me observa de arriba abajo, sin pudor. En cualquier otro hombre sería grosero, pero él… él vive en un mundo sin consecuencias.
—¿Qué te pasó? —pregunta con genuina preocupación.
Eso es extraño. Me ha visto en peores condiciones. Sabe que Hellen lanza cosas todo el tiempo. Sabe lo que ella es. Y aun así… ahora le importa.
—Me caí con el café —miento, intimidada.
Él lanza una mirada a las chicas, y todas entienden la orden sin que la pronuncie. Salen de inmediato. Yo intento imitarlas, pero una mano grande y firme me toma del hombro y me empuja suavemente hacia adentro del vestidor.
Andrew cierra la puerta detrás de nosotros.
—Quítate la ropa —ordena con una voz profunda, autoritaria.
Y como si su voz fuera una ley…
comienzo a desvestirme.