Él sonríe, satisfecho.
Puedo ver una microexpresión de sorpresa, un destello involuntario que no alcanzó a ocultar, pero que de inmediato transformó en algo más...
como si realmente disfrutara cada una de mis locuras, como si mis movimientos fueran parte de un espectáculo íntimo reservado solo para él.
No sé si eso es bueno.
O profundamente peligroso.
Andrew avanza hacia mí con pasos lentos, seguros.
Yo intento mantenerme firme, plantada en el suelo, sin retroceder ni un milímetro.
Pero cuando lo tengo a pocos centímetros, siento cómo mi cuerpo reacciona sin mi permiso:
un nudo en el estómago, un temblor mínimo en los dedos.
Sé perfectamente cuál es su propósito.
No viene a hablar.
No viene a aclarar nada.
Viene a tentar,
a jugar,
a probar mis límites,
a debilitarme.
Pero esta vez no pienso caer.
Si él quiere seguir este juego peligroso, tendrá que aprender que también puedo jugarlo.
Lo miro directo a los ojos, sin pestañear, como si le declarara la guerra sin necesidad de palabras.
C