Año 1990 — Sur de Italia
Dicen que el corazón guarda memoria.
Que incluso cuando deja de latir… aún recuerda a quién amó.
Y a quién odió.
No sé si eso es una maldición o un consuelo.
Lo único que sé con certeza es que hay heridas que no cierran, aunque el cuerpo intente sanar.
Y hay verdades que, por más que uno las niegue, terminan por encontrar su camino hasta el alma.
La primera vez que lo vi, supe que algo en él no era suyo.
No fue por su mirada de hielo ni por la forma en que hablaba, midiendo cada palabra como si fuera una sentencia.
Era algo más profundo… más visceral.
Una grieta invisible que rompía la fachada del hombre impenetrable.
Lo supe con certeza cuando cargó a mi hija ciega entre sus brazos.
Él, un hombre sin hijos, sin familia, sin compasión…
No sabía cómo sostenerla, sus manos temblaban.
No sabía por qué lo hacía, pero su corazón, ese órgano maldito, latía con fuerza, como si hubiera reconocido una voz de otro tiempo.
El mismo corazón que yo escuché durante años, latiendo contra mi pecho en las noches de juventud.
El corazón de Luca.
Mi prometido.
El hombre que amé.
El hombre que murió…
O al menos, eso creí.
—Ese corazón que late por mí… antes latía por él. ¿Qué se siente, Giulia?
¿Odiarme… mientras deseas lo único que aún queda de él en mí?
Eso me preguntó Dante Moretti, con la sonrisa torcida de quien se sabe invencible.
El hombre que firmaba sentencias de muerte mientras bebía vino caro y citaba poesía.
El mismo que ahora respiraba gracias a un trasplante que no pedí, ni supliqué, ni imaginé posible.
Un corazón que no le pertenecía.
Un corazón que alguna vez me prometió un hogar, hijos, paz…
Y que ahora latía dentro del pecho de mi verdugo.
¿Destino? ¿Ironía? ¿Castigo?
No lo sé.
Solo sé que mi alma gritaba cada vez que él entraba en la habitación.
Que mi cuerpo lo rechazaba… y lo deseaba.
Que mi hija, sin ver, lo sentía.
No sé en qué momento dejé de sentir miedo.
Tal vez fue cuando comprendí que el miedo no tiene lugar en un mundo como el suyo.
O quizás fue cuando descubrí que el infierno no tiene llamas, sino ojos grises…
Y que esos ojos saben besar con violencia.
Dante era fuego, pero no del que calienta.
Era el tipo de incendio que lo consume todo, que te deja sin pasado ni futuro.
El tipo de hombre que no pide permiso para entrar en tu vida… porque ya ha tomado lo que quiere.
Y aun así, algo en mí se quebró.
No por debilidad, sino por exceso de fuerza.
Porque esta no es una historia de amor.
Nunca lo fue.
Es una historia de sangre, traición y fuego.
De hijas que crecen en la oscuridad.
De corazones robados.
De promesas rotas.
Y de mujeres como yo, que fueron obligadas a amar lo que más odiaban…
Y que aprendieron a matar por ello.
Porque ninguno de nosotros eligió nacer en la mafia.
Pero todos, en algún punto, nos veremos obligados a elegir:
¿Moriremos por ella?
¿O la destruiremos?
Y si la destrucción comienza con un beso,
Con una bala,
Con un corazón trasplantado...
Entonces que así sea.
Que tiemble el sur de Italia.
Porque la memoria del corazón…
Ha despertado.