GIULIA
Me sentía avergonzada, con el rostro aún ardiendo por lo que había ocurrido en la oficina de Dante. Sin decirlo claramente, lo había hecho: rechacé a Riccardo frente a él. Y aunque mis palabras fueron torpes, lo que más me atormentaba era la mirada de Dante, esa risa cruel con la que parecía disfrutar de cada vacilación mía.
Intenté concentrarme en la cena, pero era imposible. La supuesta sorpresa que Dante me tenía preparada me perseguía con cada movimiento: ¿me enviaría lejos, como había hecho con Leo? ¿O acaso pensaba llevarse a Isabella? Demasiados pensamientos giraban en mi mente, hasta que, en un descuido, el guiso hirviendo salpicó. El aceite me alcanzó la piel de la mano y solté un grito.
El ardor era insoportable. Las chicas corrieron en mi auxilio, trajeron vendas y ungüentos, me ayudaron como pudieron, mientras yo contenía las lágrimas de dolor. Les pedí que terminaran la cena y la sirvieran en el comedor, y me retiré a mi habitación apresuradamente, buscando calma.