Hola, Seth

Ameline salió al balcón del cuarto de Prissy, el eco de sus palabras aún resonando en su mente: “Tendrías que llamarlo”.

La idea de contactar a Seth le apretaba el pecho, un nudo de incomodidad y recuerdos que no podía desenredar. Caminó lentamente por el balcón amplio, sus pasos silenciosos contra el mármol, mientras su mente daba tumbos.

¿Realmente quería hacer esto? Llamar a Seth significaba abrir una puerta que había intentado cerrar desde que salió de esa ciudad, desde el abrazo en el aeropuerto que aún sentía en la piel… pero también sabía que no tenía otra opción. Si quería vender los regalos de Seth —el vestido, los zapatos, las joyas, el bolso— y conseguir el dinero para la prueba y un celular para Nataniel, necesitaba el permiso de Seth para salir de la mansión. Y eso significaba enfrentarlo, aunque fuera solo por teléfono.

Se detuvo de golpe mirando al cielo ahora completamente oscuro, salpicado de estrellas. Apoyó una mano en su vientre, un gesto que se había vuelto ins
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