Capítulo 95. El eco de un aullido
El camino hacia la capilla parece eterno a pesar de que solo son pocos metros, pero finalmente, después de tanta tensión, Aria y Marina divisan las primeras cruces de madera que marcan el terreno sagrado. Ambas respiran con alivio, aunque todavía sienten el peso invisible del bosque en la espalda.
El padre Ezequiel corre hacia ellas en cuanto las ve aparecer. Los demás también llegan, con el rostro desencajado.
—¡Aria! ¡Marina! —exclama el sacerdote, estrechándolas entre sus brazos—. Pensamos que… que ya no volverían. Pasamos toda la noche buscándolas. Incluso llamamos a las autoridades locales para dar parte de su desaparición.
Las rodea, las mira de arriba abajo, comprobando que no estén heridas. Marina, aunque tambaleante y con una venda en la cabeza y las piernas, sonríe para tranquilizarlos.
—Fue un accidente —miente—, pero estamos bien. Unas personas nos ayudaron.
El seminarista Arturo ayuda a Marina a sentarse en la cama para examinarla. Cambia sus vendas y desinfecta su herida