Punto de vista: Isabella Roberts
Sus dedos estaban fríos. El vestido que eligió le quedaba suelto, como si su cuerpo ya no supiera cómo sostener ni su propia presencia. Caminaba junto a sus padres, y aunque su madre le ofrecía apoyo silencioso, Isabella sentía que estaba completamente sola.
Frente a ella, la gran casa del Alfa Esteban se alzaba firme, demasiado perfecta, demasiado intacta. Le dolía pensar que dentro de esas paredes iba a destruir algo. Algo que tal vez alguna vez podría haberla sanado.
Los trillizos Valenzuela ya estaban ahí. Isabella sintió una punzada en el pecho cuando vio a Miguel. Era él quien siempre la miraba diferente, como si aún pudiera ver belleza en ella, como si la deseara sin miedo a su historia. Su mirada la quemó más que cualquier otro dolor.
Saludó con respeto. Su voz sonó firme, pero por dentro temblaba. El aire olía a madera pulida, a té de canela. Le ofrecieron sentarse, comer algo… pero no podía. Cuanto antes, termine todo, mejor.
—Entre más rápid