La luz de la mañana se filtraba por las cortinas de terciopelo de la habitación de Damon, pintando el suelo de madera con largas franjas doradas. Pero él no las veía. Su mente, que durante la noche había flotado en el espacio etéreo de la intimidad con Harper, ahora se hundía en las profundidades de un pasado que creía haber sellado.
La sensación del roce de su piel, el temblor de su mano sobre su pie vendado, el susurro de la confesión que escapó de sus labios... todo ello había activado algo en su interior. Un interruptor que lo obligó a confrontar la razón por la que se había mantenido en la superficie, en el trato amable, sin permitir que nadie se acercara lo suficiente como para herirlo.
La razón tenía nombre: Axa.
Y antes de Axa, el fantasma de otra mujer.
Su madre.
Damon tenía tan solo ocho años cuando el eco de la voz de su madre se desvaneció en el vestíbulo de la mansión. Ella se marchó con un equipaje de mano, una sonrisa falsa en los labios y una promesa de "volver pronto"