El trayecto desde la cocina hasta la habitación fue un silencio cargado de electricidad. Damon la llevaba en brazos, y Harper se sentía extrañamente vulnerable. El dolor punzante en su tobillo se desvaneció, reemplazado por la conciencia aguda de su proximidad.
Su rostro estaba a solo unos centímetros del pecho de él, y podía sentir el ritmo de su corazón, fuerte y constante, un tambor que marcaba el tiempo de un momento que parecía suspendido fuera del mundo.
El aroma de su piel, una mezcla de sudor fresco y una fragancia masculina sutil, la embriagó. No era el Damon arrogante, sino un hombre protector, preocupado, y, por primera vez, completamente expuesto ante ella.
La miró a los ojos, y Harper se perdió en el gris tormentoso de su mirada. No había juicio, solo una intensidad que la hizo temblar.
El la sostuvo con una ternura que la hizo sentir como si fuera la criatura más preciada del mundo. La subió por las escaleras hasta la habitación de ella, la que una vez había sido de Axa.