El corazón del guardaespaldas: 23. Doce días de retraso
Una hora después de haber llegado a ese mágico lugar, ella pintaba cerca del lago mientras él hacía salchichas en una parrilla eléctrica que había traído.
— ¿Cómo vas con eso? — le preguntó después de haber estado cada uno en lo suyo. Llevaba una cerveza en la mano y un cigarrillo en la otra.
— Muy bien, ya casi lo termino — musitó, retocando los últimos detalles.
— ¿Puedo ver? — se acercó, sabía que ella era muy buena en lo que hacía, así que no esperaba menos que una verdadera obra de arte.
Al tener la pintura en frente, se congeló, y no solo porque tenía razón cuando decía que sus manos hacía maravilla, sino porque su retrato estaba allí, cocinando salchichas.
— ¿Me dibujaste? — inquirió, increíblemente asombrado.
— Sí — admitió, acomodándose un mechón tras la oreja — aunque si no te gusta puedo…
De pronto, sin que pudiese ser capaz de advertirlo, su mano firme la tomó de la cintura y un segundo más tarde ya su boca estaba sobre la suya.
— Me encanta — aceptó él, contra sus labios,