Uno

Lilibor es una pequeña ciudad rodeada por el mar. A simple vista parece pacífica, un lugar tranquilo donde las fachadas coloridas y los saludos cordiales engañan al forastero. Pero detrás de esas sonrisas se esconden chismes venenosos, miradas inquisitivas y una sociedad conservadora que dicta cómo deben comportarse todos. En especial, las mujeres.

De ellas se espera silencio, recato y sumisión. No hay espacio para sueños grandes, ni para deseos que contradigan las reglas. En cambio, los hombres gozan de privilegios que nadie cuestiona: llevan las riendas, sus deseos bajos se ignoran y con ellos reinan el machismo, las apariencias y la doble moral.

En las afueras de Lilibor, rodeada de árboles robustos y un jardín cargado de flores, se levanta la casa de los Lauren. La madera pintada de colores alegres parece un espejismo de lo que en verdad ocurre dentro.

Allí vive Katerina, la hija mayor. Su refugio es el jardín, porque entre las buganvilias, lirios y rosas que ella misma sembró puede ser ella misma y soñar con un futuro diferente al que todos esperan que tenga.

—Algún día voy a poseer los sembríos de flores más grandes de Lilibor —sueña despierta mientras quita las malezas de sus amadas plantas.

La jardinería es su pasión.

Ha trabajado desde niña junto al señor Ross, el anciano dueño de la única botánica del pueblo. De él aprendió a reconocer cada raíz, cada tallo, cada fragancia.

—El señor Ross me dijo que, si sigo aprendiendo y trabajando duro, llegaré lejos. Eso me emocionó —les confiesa a sus flores, pues no tiene con quién compartir sus sueños y metas. Ya lo ha intentado antes, pero solo consiguió convertirse en el blanco de las burlas.

Con mucho esfuerzo logró terminar la secundaria, un privilegio raro para las chicas de Lilibor, donde casarse joven es casi una obligación impuesta. Katerina quiere romper ese destino: estudiar, independizarse, abrir su propia botánica y algún día darles a sus hermanos un futuro distinto.

Ese sueño la sostiene. Por eso guarda celosamente cada moneda que gana, cada billete sudado. A sus veinte años, tiene un ahorro escondido debajo de su cama. No es solo dinero: es la llave de la libertad, el boleto de escape hacia una vida donde pueda decidir por sí misma.

—Hoy me fue muy bien con los arreglos —susurra, abrazando las papeletas contra su pecho.

Se asegura de estar sola, cierra la puerta con seguro y se arrodilla para sacar su caja secreta. La desata con manos ansiosas, el corazón acelerado, y la coloca sobre la cama. Pero cuando la abre, la sonrisa se congela.

Vacía.

La respiración se le corta. El corazón se le aprieta como si una garra invisible lo estrujara. Siente un nudo que sube hasta la garganta, un mareo que la obliga a apoyarse en el colchón. Los labios le tiemblan y una sensación de vacío se le instala en el pecho mientras las lágrimas le arden en los ojos. No puede ser.

No, no, no.

—¡No…! —gime, llevándose las manos al rostro.

Llora hasta quedarse sin aire, pero la rabia la arrastra a levantarse. Sale a la sala con pasos furiosos, los ojos enrojecidos y la caja temblando en sus manos.

Sus hermanos pequeños juegan despreocupados en el suelo, su hermanita menor se inclina sobre los cuadernos de tarea y Diana, la segunda hermana, desgrana frijoles en la mesa como si nada pasara.

—¡¿Quién lo hizo?! —ruge Katerina, mostrando la caja vacía.

Todos levantan la vista, confundidos.

—¿Qué sucede? —pregunta la madre desde la cocina, un cucharón en la mano y la frente perlada de sudor.

—¡Alguien me robó! —llora Katerina—. ¡Tomaron mis ahorros!

El padre, hundido en el sofá frente al televisor, apenas hace una mueca.

—Tanto drama por eso… —escupe la madre, arrugando los labios.

Diana levanta la cabeza con frialdad:

—Eres una egoísta. Guardabas dinero para ti sola, en vez de compartirlo con nosotros.

—¡Era un ahorro! ¡Para mi futuro! —replica Katerina, con la voz desgarrada.

El padre se gira de golpe, los ojos encendidos:

—¡Porque comes y vives aquí! ¿O piensas quedarte en mi casa de gratis?

—¡Yo no vivo de gratis! —se defiende ella entre sollozos—. Cuido a mis hermanos, limpio, trabajo en la botánica, vendo flores… Ese dinero era para estudiar en la ciudad. Para poner mi negocio, para ayudarlos después. ¡Pero me lo arrebataron! ¡Me destrozaron los sueños!

Se desploma de rodillas, ahogada en un llanto que le sacude todo el cuerpo.

El padre se levanta y la encara. Su sombra la cubre como un muro. Le apunta con el dedo, juez y verdugo a la vez.

—¿Estudiar? ¡Déjate de pendejadas! Tú lo que necesitas es un marido con dinero que nos dé una buena vida. Para eso sirves: eres bonita, así que aprovéchalo. Aquí nadie va a perder el tiempo en universidades. ¡De esta casa solo saldrás vestida de blanco! ¿Me escuchaste? ¡Casada!

Las palabras caen sobre Katerina como cadenas que le atan los brazos y las piernas. Cada sílaba le arranca un pedazo de ilusión. Intenta replicar, pero la voz se le quiebra en silencio.

Y así, meses después, la condena se cumple.

El día de la boda llega con un sol abrasador. El vestido blanco, que debería simbolizar pureza y felicidad, le pesa como plomo sobre los hombros. Arrastra una maleta con manos temblorosas, mientras las campanas repican con un eco burlón.

Alrededor, todos sonríen y aplauden. Su madre llora con un pañuelo en la mano, sus hermanos la miran con tristeza contenida, su padre irradia satisfacción como si hubiera ganado la lotería.

El novio, un hombre mucho mayor, la espera con la seguridad y el triunfo de un buen comprador, en lugar del destello amoroso de un novio que acaba de unir su vida con la mujer que ama. Solo es una transacción.

Ella, en cambio, camina con la mirada apagada. Sus labios permanecen mudos, aunque por dentro su voz grita hasta desgarrarse. Con cada paso siente que entierra su sueño de veinte años.

Por última vez, vuelve la vista hacia la casa que fue su hogar y que se convertiría en un recuerdo lejano. El jardín florece como siempre, indiferente a su dolor. Añora darles un último abrazo a sus hermanitos pequeños, pues presiente que ya nada será igual; sin embargo, no se atreve.

Resignada, baja los ojos y sube al coche. El motor arranca y, con él, la pregunta le taladra la mente: ¿Cómo hará para sobrevivir en esa nueva prisión?

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP