—¿Por qué ese hombre te miró con ganas de comerte? ¿Acaso le estabas coqueteando? Yo te amo mucho, Katerina, pero no permitiré que me seas infiel en mi propia cara.
El terror se adueña de la joven, quien empieza a negar con sacudidas de cabeza nerviosas.
—Le juro que yo no hice nada. Ni siquiera noté que ese hombre me miraba porque no le prestaba atención. Se lo juro, yo no he hecho nada. —De rodillas frente a él, llora desconsolada su infortunio.
—Algo debiste hacer para que él te deseara. Puede que la ropa que escogiste no haya sido lo suficientemente ancha y por eso le provocaste lujuria a ese señor, mujer desvergonzada. La próxima vez te pones un vestido más largo y ancho, ya que solo yo debo disfrutar de tus atributos. ¡¿Me entiendes?!
—¡Sí! Haré lo que me diga, pero no me pegue, por favor. —Implora con el rostro en el suelo y lleno de lágrimas.
—Lo siento, pero debo hacerlo por el bien de nuestro matrimonio. —Dicho esto, sostiene la correa que se había quitado del pantalón y la