Inmediatamente después de que ambas salieran de la habitación, Michael se levantó de la cama con dificultad. Caminó despacio hacia el baño, una vez allí, se vio en el espejo.
Sus ojos se posaron en el tatuaje que tenía en el brazo, casi borrado por el paso del tiempo. Luego observó las vendas que cubrían su herida. Su expresión se endureció.
Salió del baño y se dirigió a una pequeña maleta. De allí sacó una playera y un pantalón, se vistió con calma, pero con decisión, caminó hacia la salida de la habitación.
Al cruzar el umbral de la puerta, se encontró con dos guardias de seguridad.
- ¿Señor, necesita algo? - preguntó uno, observándolo con sospecha.
Michael, vestido de civil y con el teléfono en la mano, respondió con tono firme:
- Ve a hacer el alta.
Sin esperar respuesta, caminó hacia el ascensor.
Los guardias se miraron confundidos. Cuando uno reaccionó, el ascensor ya se estaba cerrando.
- ¡Señor! - gritó uno, corriendo hacia él, pero la puerta se cerró de golpe.
- Ve rápido y