En la oficina del director

Un hombre ansioso caminaba de un lado a otro, mirando fijamente la puerta como si pudiera incendiarla con la mirada. De pronto, unos golpes suaves pero firmes interrumpieron su marcha. Abrió bruscamente, revelando a Sol en el marco.

- Buenos días, director - dijo Sol, dando un paso adelante con la cabeza en alto a pesar del temblor en sus manos.

El director la observó durante varios segundos, omitiendo deliberadamente responder su saludo. Caminó lentamente hacia su silla y se dejó caer en ella con un suspiro pesado.

- Siéntate - ordenó, señalando la silla frente a él.

Sol obedeció, preparando mentalmente lo peor. Sabía la verdad: no había sido ella la culpable directa, pero tampoco quería cargar con la responsabilidad y dejar que Maggie arruinara su vida. Cerró los puños bajo la falda, conteniendo el pánico.

-Director, ¿me ha llamado para informarme sobre mi sanción?

-Se equivoca, señorita. Usted no lo sabe, pero... - hizo una pausa, estudiando su rostro con una mezcla de lástima y frustración. Pobre chica, pensó, no tiene idea de con quién se metió. -La persona afectada por su negligencia es la esposa de uno de los hombres más poderosos del país: el señor Drucker. Me ha exigido su despido inmediato y, además, ha garantizado que no podrá terminar sus prácticas en ninguna institución de esta ciudad.

El apellido "Drucker" resonó en la mente de Sol como un campanazo. Algo dentro de ella se agitó, una sensación extraña pero familiar que no lograba identificar. Por unos segundos, el resto de las palabras del director se perdieron en un zumbido lejano.

Cuando recuperó la conciencia del momento, las implicaciones la golpearon con fuerza brutal.

-¿Qué acaba de decir? ¿Que no podré terminar mi carrera en esta ciudad? Por favor, director, le ruego que me ayude - su voz se quebró mientras se ponía de pie, las manos temblando visiblemente.

El director le dirigió una mirada cargada de compasión antes de exhalar profundamente.

- Ufff... Su única opción sería hablar directamente con el señor Drucker y apelar a su lado compasivo. Pero debe entender que no hablamos de cualquier cosa: estuvo en juego la vida de su esposa y su hija.

En ese momento, un médico interrumpió solicitando urgentemente al director. Este salió dejando a Sol sumida en un mar de confusión y desesperación.

Con el corazón latiéndole con fuerza, Sol apretó los puños hasta que los nudillos blanquearon. Tomó una decisión: iría a la habitación 206.

En la habitación 206 

El señor Drucker observaba con ternura a su esposa Sofía, quien acariciaba suavemente el diminuto dedo de su hija a través de la incubadora.

-Es tan hermosa - murmuró Sofía, con los ojos brillantes de lágrimas de felicidad.

-Claro que lo es. Tiene los mejores genes. Mi hija será la mujer más extraordinaria de este mundo" - respondió Drucker con orgullo, rodeando con su brazo los hombros de su esposa.

La escena idílica se rompió cuando su asistente entró con expresión sombría.

- Disculpe, señor. La enfermera responsable del... incidente con la señora está aquí. Solicita una reunión con usted.

La transformación en Drucker fue instantánea. Los ojos que momentos antes brillaban con ternura se convirtieron en hielo.

-No permitas que se acerque a este lugar. Nunca más - escupió con una frialdad que hizo estremecer incluso a su asistente.

Sofía tomó la mano de su esposo, buscando suavizar su rigidez.

-No seas tan severo, cariño. Nadie está exento de cometer errores. Además, míranos, estamos bien - su voz era un suave recordatorio de humanidad.

Drucker guardó silencio, pero la tensión en su mandíbula delataba una batalla interna entre la rabia y la razón.

Afuera de la habitación 

El asistente se acercó a Sol con pasos medidos.

- No quiere verla. Le aconsejo que no insista - dijo con frialdad antes de darse media vuelta y dejarla plantada en el pasillo.

Sol apretó los puños con determinación. Una promesa firme se instaló en su corazón mientras salía del hospital: encontraría la manera de enmendar su error.

En su apartamento 

Al regresar a su apartamento, Sol abrió su laptop con urgencia, buscando desesperadamente información sobre el hombre que tenía su futuro en sus manos. Los resultados fueron frustrantemente escasos: solo datos básicos sobre la familia Drucker, sin fotografías ni detalles personales.

"Qué familia tan extraña", pensó, mientras leía:

Familia Drucker:

Carmen Hadid, esposa del difunto Alex Drucker (fallecido a los 36 años).

Lorenzo Drucker, abuelo, asumió el control familiar tras la muerte de su hijo.

Dos hijos varones: Noel Drucker, 32 años, actual CEO del Grupo Drucker. Michael Drucker, 25 años (sin información actual disponible).

El nombre "Michael Drucker" se grabó en su mente con insistencia perturbadora. Con el ánimo por los suelos, se dirigió a su habitación y se dejó caer en la cama, vencida por la fatiga emocional.

Horas después 

Maggie irrumpió en el apartamento y corrió directamente a la habitación de Sol, encontrándola recién despierta.

- ¡No permitiré que esto te pase! Ya pedí una cita con el director para explicarle todo mañana. ¡Perdóname, por favor! - las lágrimas recorrieron su rostro mientras se abrazaba a Sol.

- No lo hagas, Maggie. No quiero que arruines tu vida por esto. Yo ya tengo un plan: voy a disculparme con el señor Drucker. Verás que lo resolvere - Sol sostenía las manos de su amiga con firmeza.

- No, no permitiré que por lo que pasó hace años estés dispuesta a arriesgar tu futuro. ¡No me debes nada!- la voz de Maggie temblaba entre la rabia y la culpa.

- No es solo gratitud. Es amor. No quiero verte sufrir. Si no me haces caso, no solo aceptaré la responsabilidad pública, sino que también iré a la decanatura - la mirada de Sol era inquebrantable.

Maggie la miró perpleja, buscando en vano palabras que pudieran refutar esa determinación. Sol la abrazó con fuerza, sellando un pacto silencioso entre lágrimas y promesas.

"No te dejaré. Juntas lo resolveremos."

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