El encuentro bajo la máscara

Días despues

Los días se arrastraban con una lentitud exasperante. Sol y Maggie habían agotado todos los recursos imaginables para acercarse al señor Drucker, pero cada intento terminaba con la misma respuesta cortante: "Lárguense".

Ayer había sido particularmente frustrante. Estaban a punto de intentar un nuevo acercamiento cuando recibieron la noticia: la señora Sofía había sido dada de alta y la pequeña recién nacida había sido trasladada a una instalación privada. La oportunidad se esfumaba entre sus dedos.

En la cafetería

Al días siguiente las dos amigas se refugiaron en una cafetería del centro. El vapor del café se mezclaba con el cansancio y la frustración.

- No puedo creer que sea tan difícil hablar con un hombre - soltó Sol, con un dejo de amargura al recordar las humillaciones acumuladas.

Maggie tomó su mano, apretándola con fuerza.

- No te rindas. Me enteré por un contacto que esta noche habrá un baile de máscaras para altos mandos del gobierno... y el señor Drucker estará allí.

Los ojos de Sol se iluminaron por un instante, pero inmediatamente una duda nubló su entusiasmo.

- ¿Y cómo demonios conseguiremos una invitación para algo así?

Una sonrisa pícara se dibujó en el rostro de Maggie mientras sacaba un sobre de seda de su bolso

- Conseguí una. Pero solo una. Así que todo depende de ti esta noche.

Sol tomó la invitación como si fuera un tesoro, una sonrisa de determinación iluminando su rostro.

- Vamos, entonces. Esta noche asistiré a un baile.

Salieron de la cafetería con las manos entrelazadas, una chispa de esperanza renaciendo entre ellas.

Horas más tarde

El reloj marcaba las ocho cuando Sol descendió del taxi frente al Hotel Imperial. La fachada resplandecía bajo una lluvia de luces doradas.

Tomó aire, alisó su vestido negro de seda y caminó hacia la entrada. Con la invitación firmemente sujeta entre sus dedos, se acercó a los guardias. Sus manos temblaban ligeramente, pero después de una revisión minuciosa, le permitieron el acceso al salón principal.

El baile estaba en su apogeo. Parejas elegantemente vestidas se movían al compás de la música, sus máscaras añadiendo un aire de misterio a la velada. Otros grupos conversaban animadamente junto a mesas cargadas de champán y delicias. Sol se quedó paralizada por un momento, abrumada por la escena.

Primero necesito encontrar al señor Drucker - pensó, tomando una copa de vino de la bandeja de un mesero.

Mientras escaneaba la multitud, una voz masculina la sacó de su concentración.

- Eres más hermosa de lo que me describió mi prima - dijo la voz detrás de ella.

Al darse la vuelta, encontró a un joven con una máscara plateada que ocultaba parcialmente su rostro, pero no la intensidad de su mirada.

—No te equivoques —respondió ella con un leve tono desafiante—. Las apariencias suelen engañar.

Elevó la copa y bebió un pequeño sorbo, sin apartar la mirada.

El hombre sonrió, intrigado, pero antes de poder decir algo más, la atención de Sol se desvió.

A unos metros, un hombre de porte elegante caminaba rodeado de guardaespaldas. Su cabello castaño y su antifaz oscuro le daban un aire de misterio. El murmullo del salón pareció desvanecerse.

Cuando pasó a su lado, sus miradas se cruzaron apenas un instante…

pero fue suficiente.

Algo dentro de Sol estalló en una tormenta de emociones. Sus manos comenzaron a temblar y el corazón le dio un vuelco tan violento que casi la dejó sin aire. El hombre desvió la mirada abruptamente y salió del salón con pasos rápidos.

- ¿No era ese el señor Drucker? ¡Qué pena! Esperaba bailar con él - comentó una mujer cerca de ella.

Al escuchar el nombre, Sol se dirigió al primo de Maggie.

- Hablamos en otra ocasión - dijo abruptamente, dejando su copa en una bandeja antes de dirigirse hacia la salida.

Al salir del salón, escaneó los pasillos desesperadamente hasta que lo vio ingresando a un ascensor acompañado por dos guardaespaldas. Corrió hacia él, pero las puertas se cerraron antes de que pudiera alcanzarlo. Con los ojos fijos en el número del piso, tomó otro ascensor, rezando para llegar a tiempo.

Cuando las puertas se abrieron, el pasillo estaba desierto. Sol avanzó con cautela hasta que, al fondo, distinguió la silueta de un hombre en una terraza, la brasa de su cigarrillo brillando en la penumbra.

Sol se detuvo un momento. Sintió miedo, pero también una determinación que no supo de dónde venía. Caminó hacia él, con paso firme.

- Disculpe... ¿es usted el señor Drucker?

El hombre se quedó paralizado. El cigarrillo casi se le escapó de los dedos. Lentamente, se dio la vuelta.

Allí estaba Sol, aún con la máscara puesta, pero sus ojos verdes como esmeraldas brillaban con una intensidad que le resultó desgarradoramente familiar. Algo en su mirada le provocó una conmoción tan profunda que por un momento sintió que el mundo se detenía.

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