—Cuando volví al registro —comenzó Richard, su tono cargado de una mezcla de excitación y cautela—, la señora Ana me ayudó nuevamente con la búsqueda. Y esta vez... esta vez recordó algo importante.
Hizo una pausa, mirándome fijamente.
—Recordó que fueron unos hombres quienes llevaron el acta de defunción al registro. El acta era de una mujer llamada Soraida. Y lo más significativo, Valentina, es que Ana también recordó el nombre de la niña...
—¿Qué recordó exactamente, Richard? ¡Dime! —insistí, mi voz, apenas estaba cargada de impaciencia, casi sin dejarlo hablar.
Richard tomó mi mano, tratando de calmar mi agitación. —Tranquila, Valentina. Lo que Ana recordó fue que, mientras los hombres entregaban el acta de defunción de Soraida, uno de ellos le preguntó al otro si la niña que había sobrevivido tenía nombre. Y el otro hombre respondió... sí. Dijo que la madre, justo antes de morir, había dicho que se llamaba Valentina.
—¿Por qué querrían ocultar a mi madre? —pregunté, la confusión