En el instante en que Richard deslizó su mano por mi brazo, una corriente eléctrica recorrió cada fibra de mi ser. Su tacto, tan inesperado como ligero, despertó en mí una oleada de sensaciones que luchaban por ser reconocidas. Era una atracción innegable, una punzada cálida y confusa que me dejó sin aliento por un segundo.
—¿Qué vamos a hacer, Valentina? —preguntó Richard, su mirada juguetona y penetrante al mismo tiempo. Parecía haber notado el pequeño temblor que recorrió mi cuerpo, la agitación que su simple caricia había provocado. Una sonrisa traviesa danzaba en sus labios.
—Vamos... —tartamudeé, sintiendo mis mejillas encenderse. Mi mente intentaba ordenar el caos de mis emociones, buscando una respuesta coherente—. Vamos a los registros del pueblo. Necesitamos saber si podemos conseguir algo que nos indique que Esmeralda realmente vivió en Villa Esperanza. Esa manta... las flores... siento que la respuesta podría estar ahí.
Intenté desviar mi propia turbación centrándome en el