Samantha
El sonido de la puerta nos separa de golpe. No sé cuánto tiempo pasó mientras nos abrazábamos; solo sé que no he dejado de llorar desde que desperté y las vi. La voz no me quiere salir; no puedo contarles nada del infierno que viví con el monstruo de Arturo.
Entra una enfermera y se acerca rápido. Me revisa con manos firmes; mi cuerpo tiembla y yo la dejo hacer, pero el recuerdo de todo lo vivido me golpea otra vez. Pienso en Cristian, en la bala, en que no sé nada más… la angustia me ahoga. Sin pensarlo, intento arrancarme los cables y las vías que tengo pegadas al cuerpo, como si quitarlos pudiera arrancar también el dolor.
—¿Qué haces? ¡No te lo puedes quitar! —grita Alex, intentando sujetarme las manos.
Forcejeo, desesperada, pero ellas me frenan; la enfermera pone las palmas suaves en mis muñecas para que no me lastime. Las lágrimas no paran.
—Amiga, cálmate —dice Alex con la voz rota, temblando.
—Tengo que ver a Cristian —consigo decir entre sollozos—. No pueden impedir