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💖💖Capitulo 2💖💖

Samantha 

Después de quedarme congelada por horas… bueno, un minuto para ser exactos, finalmente me descongelé y salí corriendo como si mi vida dependiera de ello. Pero, claro, siempre hay tropiezos, y esta vez me tocó a mí. No debí correr con estos tacones. Al salir de la oficina de mi jefe —sin decirle nada, sin ninguna respuesta—, salí disparada como una desquiciada.

Fue el error más grande que pude haber cometido, y sí, me arrepiento. Me caí directo al suelo. Me lo comí. Literal. Ahora tengo un bulto en la frente y una pequeña abertura de donde salió un poco de sangre. Pero mi jefe, como todo un superhéroe, vino a rescatarme (sí, sé que soy un poco dramática).

Aquí estoy, frente a él, con tanta vergüenza que siento que se me cae la cara, mientras él... ¡se está riendo de mí! ¿Pueden creerlo?

—¿De qué te ríes? ¿Tengo cara de payasa o qué? —le digo, cruzándome de brazos, un poco molesta.

—Lo siento, pero no debiste salir corriendo. Fue muy gracioso —responde, todavía riéndose.

Maldito. Se ríe de mis desgracias. Aunque, lo admito, yo también soy masoquista, porque termino riéndome con él.

—Basta, por favor, ya no puedo más. No puedo dejar de reírme —digo entre carcajadas. Sí, me estoy riendo de mi propia caída. Increíble.

—Está bien, ya voy a parar —dice él, conteniendo la risa. Pero sé que por dentro quiere seguir. Le lanzo una mirada asesina, como diciéndole “intenta reírte otra vez y verás”.

—Ya entendí esa mirada, tranquila, no me reiré más —dice, levantando las manos en señal de rendición—. Pero dime, ¿por qué saliste corriendo? Solo te invité a cenar, no era algo malo.

Se queda en silencio unos segundos antes de continuar.

—Voy a ser sincero: tú me gustas. Desde el primer día que te vi. No podía decírtelo por la ética de la empresa, pero ya no me aguanto. Estoy enamorado de ti —termina de decir, y yo me quedo en blanco. No sé qué cara poner. Esto… es un poco incómodo.

La verdad es que él no me gusta. Es guapo, sí, pero no me atrae. No siento nada.

—Háblame, por favor. Dime algo, no te quedes callada mirándome —dice con voz suplicante.

—Lo siento, pero no puedo —respondo al fin.

Él me mira confundido, procesando mis palabras. Espero que esto no me cueste el trabajo. ¿Y si decide despedirme? No puede hacerlo, claro, lo demandaría. No puede obligarme a salir con él.

—Pero ¿por qué? —pregunta con tristeza.

Tomo aire antes de hablar.

—Lo siento, pero no siento lo mismo. No sería justo aceptar tu invitación e ilusionarte con ideas equivocadas.

Su rostro cambia: de esperanza pasa a desilusión. No me gusta hacerlo sentir mal, pero tampoco puedo mentirle.

—Entiendo… gracias por tu sinceridad —dice con voz apagada.

—¿Seguimos siendo jefe y empleada? —pregunto, extendiendo mi mano con una sonrisa nerviosa.

Tarda una eternidad en responder. Solo me observa, suspira profundamente y, finalmente, estrecha mi mano.

—Sí, no te preocupes. Bueno, me retiro. Sigue poniéndote el hielo —dice antes de levantarse y salir.

Eso fue… muy incómodo.

Finalmente llega la hora del almuerzo. La mañana se me hizo eterna.

Mi jefe me sugirió irme a casa a descansar por la caída, pero le dije que no, que estoy bien y que tengo trabajo pendiente. He pasado toda la mañana con una pequeña bolsa de hielo en la frente, como si fuera mi nueva mejor amiga.

Salgo de mi oficina rumbo al comedor para encontrarme con mis amigas. Hoy tengo mucha hambre.

—¡Hola, chicas! —saluda Rossy, más alegre de lo normal.

¿Qué mosca le picó? Pero en cuanto me ve, su expresión cambia.

—Sam, ¿qué te pasó? —pregunta, y de inmediato empieza a reírse—. ¿Te caíste? ¡Esto es un acontecimiento histórico! Déjame hacerte una foto, ¡por favor! —intenta sacar el celular, pero la fulmino con la mirada. —Lo siento, no puedo evitarlo —dice entre risas, escondiendo el teléfono.

—Sam, por favor, explícanos cómo te hiciste eso. ¿Por qué tienes ese golpe? —me insiste Alex, tratando de no reírse también.

Después de contarles todo: la declaración de mi jefe, mi gloriosa caída y, por supuesto, el rechazo, las dos se sueltan a carcajadas. Esto es el colmo… aunque, claro, termino uniéndome a ellas.

—Paren ya, por favor, me va a dar un ataque al corazón —dice Alex, llorando de la risa. Me alegra verla tan contenta; por un momento olvida a la rata de John.

—Ay, querida Sam, eso fue demasiado gracioso —dice Rossy, secándose una lágrima—. Nunca me había reído tanto en mi vida.

—Ya entendí, dejen de reírse de mí. Lo admito, fue divertido, pero ya, paren —les digo, aunque yo también me río un poco.

—Bien, ya, déjame respirar y calmarme —Rossy se echa aire con las manos, tratando de serenarse—. Ok, ya me tranquilicé. Pero, Sam, en serio… ¿cómo se te ocurre salir corriendo de su oficina? Y otra cosa: ¿por qué rechazaste su invitación? Nuestro jefe es guapo, explícate —dice, cruzándose de brazos.

—Sí, es guapo y todo, no lo niego, pero no me gusta —respondo encogiéndome de hombros—. No voy a salir con alguien solo porque se ve bien si no siento ninguna atracción. La verdad, no sé por qué salí corriendo… creo que me asusté y no supe cómo reaccionar.

—Está bien, te entendemos —dice Alex, levantando las manos en señal de paz—, pero aún sigo pensando que no tenías que salir corriendo. Aunque, bueno, ya pasó. Hablemos de otra cosa, ¿sí?

—¡Vacaciones! —grita Rossy, casi saltando de la silla. Tiene una sonrisa de oreja a oreja, de esas que asustan porque sabes que algo se le acaba de ocurrir. —¿A dónde vamos este año? ¡Debemos divertirnos como nunca! Yo voto por un crucero. Imaginen: sol, mar, cócteles, hombres con abdominales de anuncio. —dice, moviendo las cejas de forma exagerada.

—Me parece genial esa idea, pero yo preferiría Hawái —intervengo con ilusión. Solo decirlo me relaja. —Playas, palmeras, cocos... quiero tirarme en la arena y no saber qué día es.

—Yo digo que deberíamos ir a nuestro pueblo natal —suelta Alex de pronto, con la voz más tranquila del mundo.

Rossy y yo nos quedamos mirándola como si hubiera dicho que quería pasar las vacaciones en un cementerio. Literal, no puedo creer lo que acaba de salir de su boca.

—¿Perdón? —pregunto, arqueando una ceja. —¿Nuestro pueblo natal? ¿Estás hablando en serio?

—Claro que sí —responde ella, con esa calma irritante que usa cuando sabe que va a provocar. —Hace tanto que no vamos. Sería lindo visitar a la familia, los lugares donde crecimos… recordar viejos tiempos.

—Viejos tiempos… —repito con ironía. —Sí, claro, los mismos “viejos tiempos” que juré no volver a vivir. Alex, estás loca. Habiendo tantos lugares en el mundo, eliges ese.

—A mí me parece buena idea —dice Rossy de repente, traicionándome sin pestañear. —Podría ser divertido, además, sería nostálgico.

—¿Nostálgico? ¡Por favor! —respondo levantando las manos, al borde del colapso. —Ese lugar es un agujero de recuerdos que prefiero mantener enterrados. No pienso volver, ni, aunque me paguen el viaje en primera clase.

Rossy y Alex se miran entre sí, como si estuvieran conspirando, y eso me pone aún más de los nervios.

—Sam, no es para tanto —dice Alex con un tono conciliador. —Solo fue una sugerencia.

—Pues no la vuelvas a sugerir —respondo, poniéndome de pie. —Vamos a ir a Hawái y punto. No se discute.

Recojo mi bandeja vacía y me levanto, tratando de mantener la dignidad, aunque lo único que quiero es gritarle a alguien o golpear con la bandeja en la cara.

Ya se me fue el hambre. Camino hacia mi oficina con el paso rápido y el ceño fruncido. Siento las miradas de mis compañeros clavadas en mi espalda.

En cuanto cierro la puerta, suspiro con frustración. Estoy cabreada. No puedo creer que Alex haya salido con esa idea, y que Rossy, le siga el juego. Pero no, yo decido. Y este año vamos a Hawái, quiera quien quiera.

Quiero sol, playa y arena… no fantasmas del pasado. Y menos de ese lugar al que juré no volver.

Horas más tarde, mientras estoy concentrada en mi trabajo —rodeada de papeles, café frío y manuscritos que parecen multiplicarse solos—, escucho la vibración de mi celular. Miro la pantalla y veo una notificación del grupo que tenemos mis amigas y yo. El nombre lo dice todo:

GRUPO: “Las Babys”

(sí, así nos llamamos, porque “Las Adultas Responsables” no sonaba realista)

Rossy: —Hey, chicas, ¿dónde están que no las veo?

Yo: —Trabajando, como una esclava moderna. ¿Qué haces tú? —le respondo con un emoji de carita cansada y otro de café.

Alex: —Confirmo, estoy igual. Hoy el jefe anda insoportable.

Rossy: —
Jajaja, no se quejen, que es culpa de Sam por rechazarlo. Pero vengo a hablar de algo más importante: las vacaciones. Tenemos que decidir ya dónde vamos.

Yo: —¿Vacaciones? ¿Qué es eso? No recuerdo esa palabra.

Alex:
—No te hagas, Sam. Tú necesitas una. Tienes cara de cansada y traumatizada desde lo de tu caída y la propuesta indecente del jefe.

Rossy: —JAJAJA sí, la caída más épica del año. Todavía me duele la panza de tanto reírme.

Yo: —Ajá, sigan burlándose de mí. Caerme con estilo también es un talento.

Rossy: —Volviendo al tema. Quiero playa, sol, tragos y hombres sin camisa.

Alex: —Yo no quiero playa. Quiero paz, aire fresco, y sin ruido de la ciudad. Ya lo dije vayamos a nuestro pueblo.

Rossy: —¡Apoyo la moción! Necesitamos reconectar con nuestras raíces, respirar aire puro, ver vacas y gallinas.

Yo:
—¿Qué somos, turistas rurales o qué? ¡Yo voto por Hawái! Arena blanca, piñas coladas, y hombres bronceados tocando el ukelele.

Rossy:
—Ay, Sam, Hawái está sobrevalorado. Y además, ¿quién tiene presupuesto para eso? ¿Tú piensas vender un riñón o qué?

Yo: —Si es necesario, sí. Prefiero quedarme sin riñón que volver a ese pueblo. Aunque les recuerdo que tenemos dinero suficiente para un viaje de un mes.

Alex: —No exageres, Sam. No es tan malo.

Yo:
—Claro, para ti no, porque no tienes recuerdos que quieras enterrar.

Rossy: —Uy, drama detected 😏. ¿Aún te afecta volver allá?

Yo: —No es drama. Solo que... no quiero. Punto.

Alex: —Piensa que sería un cierre de ciclo, Sam. Además, ya pasaron muchos años.

Rossy: —Sí, y podríamos visitar a la señora Teresa, la que hacía los mejores pasteles del mundo.

Yo:
—La que me gritó “niña del demonio” cuando rompí su ventana con una pelota. No, gracias.

Rossy:
—JAJAJAJA, cierto, no me acordaba de eso.

Alex: —Chicas, enfoquémonos. Necesitamos decidir hoy para conseguir los vuelos.

Rossy:
—Sam, ¿Hawái o pueblo?

Rossy:
—Sé que viste el mensaje.

Rossy: —Sam, contesta.

Rossy:
—SAMANTHA SMITH, RESPONDE.

Alex:
—No tiene caso. Mejor hablamos en casa. Ella se hace la desaparecida.

Rossy:
—Sí, seguro está leyendo en silencio, rodando los ojos.

Yo: —🙄 (solo mando un emoji porque no puedo evitarlo).

Rossy: —¡JA! Sabía que estabas ahí.

Alex:
—Nos vemos en casa. Y prepárate, porque no nos iremos sin ti.

Cierro el chat lentamente, con una mezcla de resignación y ganas de lanzar el celular por la ventana, pero mejor dejo el celular sobre el escritorio y respiro hondo.

No tengo energía ni paciencia para entrar en ese debate otra vez. Ya sé por dónde va todo: Alex insistirá con la idea de volver a nuestro pueblo, Rossy la apoyará porque le encanta el drama, y yo… bueno, yo seré la villana del cuento por decir no.

Lo peor de tener amigas es que te conocen demasiado bien.

Sé que no van a soltar el tema. Si algo he aprendido en todos estos años con ellas, es que cuando Alex se propone algo, lo logra. Y si Rossy la apoya, ya puedo ir empacando, aunque sea en contra de mi voluntad.

Apoyo la cabeza sobre la mano, mirando los manuscritos frente a mí.

—“Despejar la mente” —murmuro con sarcasmo—. Claro, porque regresar a ese pueblo es justo lo que necesito para relajarme. Sol, playa y arena... o traumas y recuerdos dolorosos. Mmm, difícil elección.

Suelto un suspiro. A veces pienso que mis amigas y yo tenemos un talento natural para complicarnos la vida.

Intento volver a concentrarme en la lectura, pero no puedo. La mente me da vueltas con la idea de ese maldito viaje.

Porque si algo tengo claro… es que no pienso volver a ese lugar. No otra vez. No después de lo que pasó.

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