La biblioteca olía a papel antiguo, madera húmeda y algo más difícil de nombrar: pasado no contado.
Leónidas la miraba con una mezcla de resignación y advertencia. Era como si Amara se hubiera adelantado a algo que él había querido evitar.
—Tu madre me pidió que nunca hablara de esto —dijo finalmente, su voz baja, cargada de una gravedad que pesaba en el aire—. Pero las piezas se están moviendo… otra vez.
Amara se mantuvo firme. No se iba sin respuestas.
—¿Quién era ella realmente? ¿Y qué fue lo que ocurrió la noche del eclipse?
Leónidas exhaló, lento.
—Tu madre… María Josefina, no era solo una mujer brillante. Era una iniciada. Una guardiana. Formaba parte de un grupo que llevaba generaciones custodiando algo muy antiguo, algo que… no se debía liberar jamás.
Amara frunció el ceño.
—¿Un grupo? ¿Cómo una secta?
Leónidas negó suavemente.
—No. No era un culto. Era una orden silenciosa. Nos llamaban los Veladores del Umbral. No éramos muchos. Solo siete familias en distintas partes del mundo. Cada generación elegía a un heredero, y tu madre lo fue. Como tú… sin saberlo.
Un escalofrío le recorrió la espalda.
—¿Yo?
—Sí —dijo él—. Todo esto gira alrededor de un antiguo pacto. Una energía, una entidad, un umbral que se abre cada cierto ciclo… cuando la luna cubre el sol y la sombra vuelve a respirar.
Amara recordó el fragmento del diario. "La llave que tienes abre más que puertas."
—¿Y qué papel tenía mi madre en eso?
Leónidas se levantó lentamente y caminó hacia uno de los estantes traseros. Deslizó una escalera antigua y tomó un libro encuadernado en cuero rojo. Lo trajo consigo y lo abrió con reverencia.
Dentro había dibujos extraños, símbolos, fragmentos en latín, y luego… una imagen que hizo que Amara retrocediera un paso.
Era un dibujo antiguo. Un círculo de figuras encapuchadas. Al centro, una mujer sujetando a una niña pequeña. Frente a ellas, una luna negra.
—Ese es el ritual del eclipse. El último se realizó hace quince años. El día que tu madre desapareció.
Amara tembló.
—¿Ella… me llevó allí?
—Sí. Ella fue una de las primeras en romper el pacto. Cuando supo lo que pretendían hacer contigo, huyó. Intentó detener el ritual… y los otros la marcaron como traidora. La exiliaron.
Amara tragó saliva, sintiendo que el mundo se desplazaba bajo sus pies.
—¿Qué… iban a hacerme?
—Utilizarte. Como se ha hecho antes con niños de sangre vinculada. Hay líneas que actúan como puentes, y tú eres uno de esos puentes. Tu madre lo descubrió muy tarde.
—¿Utilizarme cómo?
Leónidas no respondió. Bajó la mirada. Silencio.
Eso fue respuesta suficiente.
Amara retrocedió un paso.
—¿Y tú? ¿Qué hiciste? ¿Tú también eras parte de ellos?
Él cerró los ojos.
—Fui cobarde.
La confesión quedó suspendida entre ambos.
—Pude advertirla. Pude irme con ella. Pero me quedé. No la detuve ni la salvé. Me dijeron que tú estarías “a salvo”, que el ritual se abortaría sin daño… y les creí.
—¿Y lo hicieron? —preguntó ella con un hilo de voz.
Leónidas la miró a los ojos. Su respuesta fue un susurro:
—No del todo.
Amara sintió que le faltaba el aire.
Había crecido con el hueco de una madre. Con pesadillas que no entendía. Con una sensación constante de que algo en ella no estaba bien colocado.
Ahora entendía por qué.
—Entonces… ¿esa noche…? —susurró.
—Esa noche tu madre detuvo el ritual a costa de su nombre. De su libertad. Tal vez de su vida. Nadie sabe dónde fue. Solo dejó fragmentos. Esas cartas, ese diario… son restos de una historia enterrada.
Leónidas le extendió un pequeño cofre de madera oscura. Lo sacó del estante donde lo había mantenido oculto.
—Ella me pidió que te lo diera si alguna vez venías aquí… con la llave.
Amara sacó la llave de su cuello. La encajó.
Encajaba perfectamente.
La giró.
El cofre se abrió con un leve clic.
Dentro, había dos objetos.
Uno era un cristal negro, triangular, con una pequeña grieta en el centro.
El otro, un pergamino enrollado.
Amara lo abrió con manos temblorosas.
“Si llegaste hasta aquí, Amara, significa que la oscuridad ya ha comenzado a moverse otra vez.
No importa lo que te digan.
Tú no fuiste un error ni un recipiente. Fuiste el sello.Tú cerraste la grieta.
Pero sellar no es destruir.
Solo duerme.Si despierta… te buscará.
Entonces, deberás decidir.
¿Volverás a sellarlo?
¿O dejarás que respire, como ellos querían?”Amara sintió que el suelo desaparecía.
Ella había sido el sello.
Su madre la usó para cerrar algo que no debía escapar. Y ahora, eso estaba despertando.Fuera, la nieve caía en silencio.
Pero al otro lado del ventanal, entre la neblina, algo la observaba.
Una silueta. Inmóvil. Paciente.Como si hubiera estado esperando justo ese momento.