La casa crujía con los suspiros del invierno.Aunque era marzo, la nieve había regresado como una vieja conocida que no sabía cuándo irse. El techo, cubierto de escarcha, lloraba goteras en la cocina, y las ventanas empañadas apenas dejaban entrar la luz. En Almaviva, un pequeño pueblo entre montañas, el tiempo parecía detenido, como si el mundo allá afuera fuera solo un rumor lejano.Amara, de dieciocho años recién cumplidos, bajó las escaleras con el cabello enredado y el rostro aún marcado por la almohada. Vestía suéter de lana, pantalones flojos y medias gruesas. El aire olía a leña húmeda y pan tostado.En la radio, una voz temblorosa de periodista hablaba con tono preocupado:—…persisten las anomalías climáticas en el norte del país. A pesar del cambio de estación, algunas regiones reportan nevadas intensas. Los científicos aún no encuentran explicación lógica…Ella apagó la radio. Demasiado temprano para misterios.Se dirigió a la puerta para revisar si el cartero —un señor lla
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