Capítulo cincuenta y seis

El viento soplaba con fuerza en aquella altura, moviendo el cabello de Ylva como si fuera parte de la misma corriente marina que se extendía ante sus ojos.

El mar se veía inmenso, un azul profundo que parecía contener secretos que nadie más podría comprender. Ese horizonte abierto le ofrecía una libertad que el mundo real nunca le había dado.

Se giró, encontrándose con la mirada de Luna, quien la observaba con una expresión seria, molesta incluso. Ylva frunció el ceño.

—¿Por qué tienes esa cara? —preguntó, cruzándose de brazos—. Hay que ser felices.

Luna resopló, su postura firme.

—Debes volver. No puedes quedarte aquí, niña —respondió con convicción.

Ylva rodó los ojos, fastidiada por lo que consideraba una absurda insistencia.

—¿Por qué no puedes adoptarme? —espetó—. Acaso no lo entiendes? No quiero regresar a ese mundo cruel, me encanta estar aquí. Se que, eres real. Te siento tan viva como yo lo estoy, así que me puedo quedar.

La loba blanca no respondió de inmediato. En cambio, l
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