La habitación del hotel estaba en penumbras, iluminada solo por la tenue luz que se filtraba a través de las pesadas cortinas. Julia se abrazaba a sí misma mientras observaba a Roberto de pie frente a ella, con la mandíbula tensa y los ojos oscuros llenos de rabia contenida. Su porte imponente parecía ocupar todo el espacio, y el peso de su furia la hacía sentir aún más diminuta. —¿Tienes idea de lo que hiciste? —espetó Roberto con la voz cargada de veneno. Dio un paso al frente y la tomó de los brazos con fuerza, sus dedos hundiéndose en la tela de su vestido. Julia ahogó un jadeo, pero no se apartó—. ¿Tienes la menor idea de lo que significa abandonar a nuestro hijo? Los ojos de Julia se llenaron de lágrimas mientras negaba con la cabeza, desesperada. —¡No lo abandoné! —exclamó con la voz quebrada—. Yo… yo no podía más, Roberto. Estaba sola, abrumada. No estabas aquí… no tenía a nadie. Roberto la soltó con brusquedad, como si el contacto con su piel le provocara asco. Dio media vuel