Después de la cena, Ximena se puso de pie y miró a Junior, que luchaba contra el sueño con los ojos entrecerrados y la boca ligeramente manchada de queso derretido. Suspiró y le revolvió el cabello con ternura. —Hora de dormir, campeón. Junior hizo un puchero, pero asintió con pesadez. Roberto observó la escena en silencio, con una sensación extraña en el pecho. Era la primera vez que lo veía así, con la panza llena y los párpados pesados, luchando por mantenerse despierto. Se sintió un intruso en aquella rutina nocturna que Ximena seguramente había repetido cientos de veces sola. Ximena lo tomó de la mano y lo llevó hacia el baño para lavarse los dientes con rapidez y luego a la habitación. Justo cuando iba a cerrar la puerta, Junior giró la cabeza y miró a Roberto con una mezcla de timidez y expectativa. —¿Puedes leerme un cuento? —preguntó con un hilo de voz. Ximena frunció el ceño y miró a su hijo, sorprendida. —¿No quieres que te lo lea yo? Junior negó con la cabeza y miró a Robe