Ekaterina apenas tuvo tiempo de abrir la puerta cuando Norman la empujó suavemente hacia adentro, cerrándola con un golpe seco. Su mirada ardía, oscura y decidida, y su cuerpo parecía contener una tormenta. —¿Norman? —preguntó ella, entre divertida y sorprendida, mientras caminaba hacia atrás por instinto. Él no respondió con palabras. La alcanzó de inmediato y la rodeó con sus brazos, besándola con una urgencia que la dejó sin aliento. El contacto de sus bocas fue hambre, deseo y necesidad acumulada. Sus manos recorrieron su cintura, sus caderas, apretándola contra su cuerpo como si necesitara comprobar que era real. —Te extrañé —murmuró contra sus labios, antes de volver a besarla con más fuerza, con más deseo. Ella rió levemente, pero el sonido se ahogó cuando Norman la alzó de pronto en brazos y la dejó caer con suavidad en el sofá. La miró por un segundo, con esa mezcla de desesperación y deseo salvaje que la desarmaba. Luego se arrodilló frente a ella, y sin dejar de mirarla, de