Capitulo 45

La mañana en La Esperanza amaneció serena. El aire fresco entraba por las rendijas de las ventanas y, por primera vez en muchos días, Alondra había podido dormir tranquila. El insomnio que la venía atormentando cedió, pues la paz de saber que don Emiliano había firmado al fin los documentos de venta le dio un respiro.

Se revolvió perezosa entre las sábanas, dispuesta a quedarse un rato más en la cama. Pero un golpe insistente en la puerta interrumpió ese pequeño regalo de calma.

—¿Quién es a estas horas? —refunfuñó, con voz adormilada—. Quiero dormir hasta tarde.

—Soy yo, Lía —se escuchó del otro lado de la puerta, suave y alegre.

Alondra abrió los ojos con fastidio y esbozó una mueca.

—Señorita, ¿qué hace usted en mi puerta tan temprano? —preguntó mientras se levantaba, arrastrando los pies hasta la entrada.

Al abrir, la sorpresa la dejó sin palabras: Lía estaba allí con una sonrisa radiante, sosteniendo un pastel casero, un ramo de rosas frescas y una cajetilla de cigarrillos.

—¡Fel
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