Capítulo 5: El encuentro

La noche había caído rápidamente y Isabell se miró furiosa en el espejo mientras cepillaba sus rizos rebeldes, no había podido dormir bien la noche anterior. La imagen de Dominic Romanov robándole su primer beso ardía en su mente. ¿Cómo se había atrevido? a sus 23 primaveras nunca nadie había intentado insinuársele por temor a su apellido, pero este Romanov apenas lo conocía y ya actuaba como si tuviera algún derecho sobre ella, simplemente no podía soportarlo. Pero debía admitir que una parte de ella había despertado con las nuevas sensaciones de ese breve momento de cercanía.

Un golpe en la puerta interrumpió sus agitados pensamientos. Era la señora de servicio anunciando que él joven Romanov había llegado y la esperaban para cenar. Isabell sintió una descarga eléctrica por toda su columna. ¿Estaba lista para volver a verlo después de lo que pasó? ¿Cómo reaccionaría?

Isabell inhaló profundamente mientras se alisaba el vestido. El delicado encaje rozaba sus dedos, recordándole la suavidad de aquel roce robado. Con manos temblorosas, se perfumó con esencia de gardenias, cerrando los ojos ante su dulce y embriagador aroma.

No podía seguir evitándolo toda la vida. Era hora de enfrentar a su futuro esposo, con el corazón a toda prisa, salió de la habitación, bajó las escaleras despacio, sus tacones repicaban sobre el mármol. A cada paso, el murmullo de voces masculinas se hacía más nítido. Distinguió la risa estruendosa de su padre y un tono más grave y aterciopelado que le erizó la piel.

Al asomarse tímidamente al umbral del comedor, la cálida luz dorada que emanaba de la araña de cristal la deslumbró por un instante. Parpadeó para discernir la silueta alta y esbelta de Dominic en la sala junto a la chimenea. Las llamas danzaban reflejos dorados en su cabello oscuro.

Estaba de espaldas a ella, contemplando con gesto pensativo el salón. Los altos ventanales enmarcaban una espectral luna llena sobre los jardines. Su mirada se detuvo en los riquísimos tapices que colgaban de las paredes, los refinados muebles tallados y las vitrinas que exhibían relucientes piezas de plata y porcelana. Frente a él, la larga mesa estaba fastuosamente dispuesta con un impoluto mantel de lino y centros de mesa rebosantes de rosas y orquídeas frescas.

De pronto, Dominic se irguió casi imperceptiblemente. Como si hubiese advertido su presencia a sus espaldas por puro instinto. Cuando sus miradas finalmente se encontraron, Isabell sintió una fuerte descarga sacudir todo su cuerpo. Contuvo el aliento mientras el aroma a pino y sándalo masculino llegaba hasta ella.

         Este se volvió lentamente para admirar la belleza de su futura esposa.

Tenía puesto un vestido blanco estilo imperio. La delicada tela se ceñía a su esbelta silueta, realzando sus hombros desnudos y su busto sugerente. El diseño de pequeñas flores bordadas parecía expandirse desde su talle hasta el bajo de la falda, que susurraba rozando cada peldaño.

Llevaba el oscuro cabello recogido en un elegante moño, adornado por una peineta de nácar. Un collar de perlas envolvía su cuello en varias vueltas, con un dije en forma de cisne que se balanceaba sobre su pecho. Sus brazos y orejas también estaban enjoyados con finas perlas. Y en contraste con el atuendo inmaculado, destacaba el ardiente carmín de sus labios.

Él joven estaba completamente deslumbrado por su belleza, tuvo que hacer uso de todas sus fuerzas para recobrar su recato.

— Señorita Santtorini, es un placer volver a verla — saludó con su voz grave y aterciopelada, esbozando una sutil sonrisa.

Isabell sintió que los colores se le subían al rostro ante la intensa mirada de Dominic sobre ella. Con el corazón desbocado, hizo un breve asentimiento de cabeza a modo de saludo, sin atreverse a mirarlo a los ojos. La molestia que había sentido segundos atrás se había esfumado, dejando una extraña sensación de ansiedad, claramente estaba confundida.

De pronto Darío se acercó jovialmente y palmeó la espalda de Dominic con camaradería.

—¡Dominic, muchacho! Vengan, pasemos a la sala de estar, la cena está casi lista —exclamó efusivamente.

— Gracias señor, me gustaría presentarle a mi gran amigo Thomas Salvatore, a quien le pedí que me acompañara esta noche, espero no sea un inconveniente — dijo con voz aterciopelada denotando sus modales.

— Por supuesto que no, bienvenido, siéntense por favor — respondió Darío amable guiándolos a la sala de piel y caoba.

La joven Santtorini apretó los pliegues de su vestido, nerviosa. No se sentía preparada para compartir la mesa con Dominic después de lo que había pasado entre ellos. Pero no tenía alternativa que seguir a los caballeros al lujoso comedor, mientras luchaba por mantener la compostura.

Una vez acomodados en los mullidos sillones de cuero, les sirvieron sendos vasos de brandy en pesados copones de cristal tallado. Dominic acarició distraídamente los relieves del cristal mientras escuchaba la plática intrascendente.

Darío entrelazó los dedos sobre su regazo y esbozó una leve sonrisa.

— Cuéntame, muchacho... ¿Cómo sigue tu padre? Supe que ha estado algo delicado de salud últimamente. — Pregunto intentando descubrir qué tan ciertos eran los rumores.

El joven Romanov sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago. Se forzó a sí mismo a contener sus expresiones y observó a Darío con los ojos entornados, preguntándose ¿cómo se había enterado? Un sudor frío le recorrió la espalda al caer en cuenta que había un soplón en su círculo íntimo. Alguien lo había traicionado.

Tras una pausa para recobrar la compostura, esbozó una tensa sonrisa.

— Está mucho mejor, solo era una simple tos. Ya lo conoce, ese hombre es como un roble. En un par de semanas estará como nuevo - respondió mientras apretaba los dientes.

El desafío era evidente. Darío estaba marcando territorio, en otros casos lo hubiera dejado pasar. Pero que supiera de la enfermedad de su padre, era como una ofensa para él y no estaba dispuesto a quedarse de brazos cruzados, tenía que devolvérsela.

— Hablando de salud... ¿Cómo va el negocio?  escuché que ha habido algunos problemas con la calidad de su producto — contraatacó Dominic con un brillo burlesco en sus ojos — Si necesitan ayuda, los Romanov estamos para servirle.

Los ojos de Darío se encendieron con un destello amenazador.  su ceño estaba fruncido como si algo le hubiese caído mal, había tenido que tensar la mandíbula para no gritar alguna ofensa.

El ambiente pareció endurecerse de pronto, como la calma tensa antes de la tormenta.

         — Pero ¿qué dices muchacho? las mentiras se esparcen más rápido que la verdad, además tú…

Darío fue interrumpido por la llegada de su mayordomo quien informó que la cena estaba lista y juntos se dirigieron al gran comedor.

Joseph ya aguardaba en el comedor cuando el grupo hizo su entrada. Sentado a la cabecera de la mesa, no se levantó al verlos llegar. Su mirada permaneció clavada en Dominic y su amigo con abierta hostilidad.

Dominic ayudó caballerosamente a Isabell a sentarse junto a él, corriéndole solícito la silla. De mala gana esta aceptó ante la mirada de su padre.

Sentados uno junto al otro, sus miradas se encontraron y en más de una ocasión, sus brazos y piernas se rozaron involuntariamente. Aunque Isabell trataba de no mirarlo simplemente no podía evitarlo, se sentía confundida y atada, quería darle su merecido al Romanov por su osadía, pero ya no estaba molesta, cada vez le incomodaba menos su presencia y esto la hizo sentir culpable.

Ante el caos en su mente surgió un momento, sus manos se encontraron por accidente y de inmediato está la retiró un poco apenada pero llena de sorpresa por las sensaciones que le provocó ese acto.

En ese momento Dominic supo con certeza que se enamoraría de la joven. Simplemente le encantaba, su sola presencia lo llenaba de una serenidad que no había experimentado antes con nadie.”

Sabía que provenían de mundos distintos, enfrentados por antiguas rencillas familiares. Pero él no guardaba rencor alguno hacia los Santtorini. Eran disputas por poder, inevitablemente asociadas al negocio familiar. En cambio Los Santtorini sí culpaban a los Romanov por la muerte de Aurora. Y especialmente Isabell, quien tenía tan solo 7 años cuando su madre fue asesinada. Su padre, por miedo de que sus hijos corrieran peligro, los encerró completamente en la casa, culpando a los Romanov, produciendo en ellos un profundo rencor enfocado a sus rivales por lo que le habían hecho a su esposa. Estaba claro que él y sólo él había sido el culpable de todo aquello, puesto que sus acciones le habían traído graves consecuencias. Pero eso poco importaba.

Entendía que la herida ya estaba hecha, pero al mirar esos ojos como el chocolate, que lo hechizaban, perdía -todo interés por la realidad. No obstante, como un destello las palabras de su padre llenaron su mente. “No bajes la guardia”

La cena comenzó en medio de un ambiente tenso y silencioso. Sólo se oía el tintineo de los cubiertos contra la porcelana de Sèvres. Joseph no probó bocado, limitándose a taladrar con la mirada a los invitados. Su odio era casi palpable.

Thomas captó la mirada venenosa de Joseph y se revolvió inquieto. Disimuladamente, se inclinó hacia Dominic para susurrarle

         — Creo que tu futuro cuñado nos preferiría muertos que sentados en su mesa. No ha dejado de mirarnos como si fuésemos alimañas desde que llegamos — comentó indignado

Dominic esbozó una sonrisa lobuna sin despegar los ojos del plato. — No le prestes atención.  Que nos mire todo lo que quiera. No le daremos el gusto de marcharnos

— No puedo hermano, lo siento. — Respondió Thomas antes de dejar caer los cubiertos sobre el plato sobresaltando a los comensales.

—Lamento interrumpir la velada, pero… no puedo cenar en paz — dijo mirando fijamente a Joseph.

Darío frunció el ceño con fastidio. — ¿Qué sucede muchacho? Si la comida no es de tu agrado, puedo pedir que te preparen otra cosa...

— No se trata de la comida — lo atajó Thomas — no puedo seguir comiendo con la desagradable mirada de su hijo encima. ¿Acaso tienes algo que decirme? no me dejas comer — expresó dirigiéndose a Joseph.

Este soltó una risa sardónica cargada de desprecio. — ¡Insolente! ¿Cómo te atreves a dirigirme la palabra? — exclamó dando un fuerte golpe a la mesa al mismo tiempo que se ponía de pie tan bruscamente que tiró la silla. — Debes haberte vuelto loco al igual que mi padre al invitar un par de escorias a nuestra mesa.

Joseph era extremadamente temperamental y no sabía controlar sus emociones, era muy fácil hacerlo explotar y de eso se dieron cuenta rápidamente los presentes.

— ¿Qué dijiste infeliz? Ja, pensé que los santtorini serían mejores anfitriones — Respondió levantándose de igual manera.

Thomas estaba realmente molesto por la actitud de ese estúpido, pero no esperaba que perdiera el control tan facilmente y de semejante manera, ahora que conocia su debilidad deseaba ahora molestarlo aún más

— Lo somos, pero no tengo porque ser cortés con alguien que pronto estará muerto — dijo caminando hacia Thomas.

         — Bien, a ver si no te quedan grandes esas palabras —Espetó dirigiéndose al heredero de los Sanottini

La tensión en la sala alcanzó su punto máximo, el enfrentamiento inminente entre ambos parecía inevitable mientras se miraban con intensidad, listos para cruzar golpes e incluso más.

Isabell contuvo el aliento, presa de la anticipación y la preocupación, el chico Thomas sin duda era muy valiente o muy estúpido para desafiar a un Santtorini en su propio terreno, no obstante estaba claro que esa personalidad le traería la muerte, a medida de que acercaban el uno al otro empezó a preguntándose si esta noche terminaría en un baño de sangre.

         Finalmente, una voz firme y seria se pronunció en la mesa.

         —  ¡Calmados los dos! Si no te gusta la hospitalidad, Thomas, puedes cenar afuera. No hay necesidad de faltar el respeto a nuestro anfitrión.

El joven Románov le dirigió una mirada cargada de significado a su amigo. Éste, renuente, terminó por asentir y volver a su asiento.

Las palabras de Dominic lograron detener la confrontación, ambos hombres había retrocedido a sus respectivos lugares, aunque aún se miraban con desprecio. La tensión en la el comedor disminuía rápidamente, sin embargo la ofensa aún estaba presente y el Toro no estaba dispuesto a dejarlo pasar tan fácilmente.

— Te atreviste a insultar a mi primogénito bajo mi propio techo. ¡Esto es imperdonable! Te abrí las puertas de mi casa porque eres amigo del prometido de mi hija — rugió con furia, sólo se había mantenido en silencio porque buscaba una excusa para sacar provecho. Sin embargo, sentir  que había esperado tanto para nada solo lo hizo enfurecer más .

— Cálmese, Don Darío. Es evidente que ambos jóvenes cometieron imprudencias — medió Dominic con tono conciliador. — y es comprensible, aún hay asperezas por limar, nos queda un largo camino por recorrer si queremos acabar con estos enfrentamientos sin sentido ¿No le parece?

Sus palabras no hicieron sino avivar su ira ¿Cómo se atrevía ese mocoso a poner a su hijo en el mismo nivel que ese matón de poca monta? — Espero que no se vuelva a repetir No pienso tolerar ese comportamiento bajo mi techo — bramó Darío tratando de contenerse quería acabar con ellos en ese momento, pero eso solo entorpecería sus planes

— No se repetirá, eso téngalo por seguro suegro — respondió con calma

— Si el compromiso por casualidad sale mal, y volvemos a pelearnos entre familias, al primero que me encantaría matar es a tu amigo — escupió Joseph con odio Joseph

— Si es así, siéntete libre de intentarlo cuñado. — Comentó en tono despreocupado — pero recuerda que, si pones un blanco en su espalda, él también pondrá uno en la tuya   — Finalizó con una mirada siniestra y un tono más ronco al mencionar esta última.

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