En los deslumbrantes años 1950, en las calles de Berlín, Alemania, se libraba una épica batalla que trascendía el tiempo y la moralidad. Dos familias colosales se enfrentaban en una encarnizada contienda por el dominio absoluto del turbio mundo de las drogas. Un conflicto marcado por un odio ancestral y una insaciable ambición, donde la muerte era la moneda de cambio común. Sin embargo, en medio de esta tormenta de caos y violencia, un rayo de esperanza surgía en la forma de un tratado de paz inusual. Este tratado, tan frágil como valioso, se forjaba en una unión que prometía poner fin a décadas de hostilidades. El matrimonio de Dominic Romanov e Isabell Santtorini, dos nombres que resonarían en la historia como la promesa de la reconciliación. Pero lo que parecía un cuento de hadas destinado a sanar heridas profundas, se convertiría en un vertiginoso torbellino de ambición desenfrenada y una sed de poder insaciable. Estos amantes de universos opuestos se adentrarían en un peligroso juego de intriga y lucha, llevándolos al oscuro epicentro de la implacable mafia berlinesa. Entre emociones intensas, secretos bien guardados y traiciones sorprendentes, el destino de Berlín pendería de un hilo, mientras estas dos familias, antes enemigas acérrimas, se unirían en una trama cautivadora y peligrosa que desafiaría todas las expectativas.
Leer másEl estruendo de la explosión hizo retumbar los cristales del Mercedes negro estacionado a una cuadra. Lorenzo Romanov apenas pestañeó, exhalando con calma el humo de su Montecristo antes de salir del auto seguido por sus dos guardaespaldas.
El siniestro crepitar de las llamas inundaba la noche. Entre el resplandor anaranjado, sus hombres surgieron de la ruina humeante arrastrando un cuerpo. Lo lanzaron a los elegantes zapatos del hombre con un ruido sordo.
—Don Lorenzo... hemos cumplido su orden — dijo uno, con la respiración agitada —. Los explosivos destruyeron el cargamento... y acabamos con Bruno.
Lorenzo sonrió glacialmente al ver en el suelo la cabeza cercenada de Bruno Santtorini, el más temido ejecutor de los rivales. La sangre teñía de rojo los blancos cabellos.
— Bien. Los Santtorini deben entender que esta ciudad ahora tiene nuevos amos. — Expresó mientras se agachaba para tomar del cabello la cabeza cercenada de su enemigo.
— Llévenle esto de regalo a Darío... y díganle que si se empeña en mantener este conflicto enviaré al resto de su familia al infierno muy pronto. —susurró antes de dar media vuelta.
El fuego suspiraba a sus espaldas, sobre los restos del almacén Santtorini, mientras Lorenzo se alejaba lentamente echando una última bocanada de humo. La guerra estaba por recrudecer.
En los años 1950 en Alemania, Berlín. Las dos mafias más grandes y poderosas de la época, se disputaban el control del floreciente comercio de metanfetamina en la ciudad. Por un lado está la temible familia Romanov, inmigrantes rusos apodados los Fearless Wolves (Lobos Sin Miedo) por su ferocidad y falta de temor a la muerte. Su líder, Don Lorenzo Romanov, es un hombre ambicioso, despiadado pero fiel a sus principios, por azares del destino tuvo que escapar de su país de origen trayendo consigo su esposa Beatrice y su primer hijo Edward. El zar ruso había puesto precio a su cabeza, sin embargo ya todo eso había quedado en el pasado y ahora se había convertido en un rey de la droga en las sombras de Berlín.
Su rival es la ancestral familia Santtorini, conocida como los Kings In Red (Reyes de Rojo) sanguinarios mafiosos italianos que llevaban décadas controlando la ciudad. Su actual patriarca, Alessandro Santtorini, había visto con recelo después de muchas batallas, cómo los Romanov ganaban poder e influencia día tras día con su red de producción y tráfico del estimulante cristal.
Las luchas eran encarnizadas. Los Santtorini intentaban frenar por todos los medios el ascenso imparable de Don Lorenzo, pero el visionario y despiadado jefe de los Romanov sorteaba los obstáculos con brillantez. Meses después de haber iniciado la contienda. Alessandro enfermó tras beber de una copa de vino envenenada, el patriarca Santtorini falleció consumido por una misteriosa fiebre, dejando como heredero a su impetuoso hijo Dario Santtorin apodado "El Toro" a cargo de la familia, Esto sólo intensificó la lucha al no haber un vencedor.
La disputa entre estas dos dinastías del crimen organizado alcanza niveles de violencia nunca vistos. Sus enfrentamientos callejeros y ajustes de cuentas siembran el terror en la noche berlinesa. La guerra entre clanes ha dejado una estela de muerte y tragedia entre la población civil de Berlín. Comerciantes extorsionados, ciudadanos inocentes víctimas del fuego cruzado, huérfanos y viudas nutren el rencor contra Romanov y Santtorini. Tras años de siniestra lucha, la balanza comienza a decantarse.
Los Romanov, liderados por el implacable Don Lorenzo, de 57 años, había derrotado una y otra vez a los Santtorini pero no había conseguido erradicarlos, simplemente no podían someterlos. Su actual patriarca, Darío "El Toro" había fracasado al igual que su padre en la lucha por destruir a los Romanov, pero también había demostrado ser increíblemente hábil para trucar la mayoría de los planes de Lorenzo, Sin embargo esto no era suficiente los Romanov cada ves cada vez tenían más poder y dominio. Pero esto podría llegar a su final muy pronto.
Lorenzo contempla la ciudad nocturna desde su despacho, reflexionando con una expresión severa mientras sostenía una carta entre sus manos. “ Supongo que nadie le gana al tiempo” se dijo a sí mismo.
Esta guerra contra los Santtorini se había extendido por 23 años y sólo había traído la destrucción, estaba cansado y hastiado de tanta violencia, con pesar se había dado cuenta de que ahora era un anciano.
Decidido a buscar otro camino, le envió una carta a su rival proponiendo acabar la guerra pero ahora que tenía la respuesta en sus manos simplemente no quería dar el paso.
Estaba frustrado por no poder hacer más, él mismo estaba consciente de que era la única opción para preservar la paz.
— Está bien Dario, uniremos nuestros clanes, mi hijo desposara a Isabell Santtorini — Expresó en voz alta.
En la recámara de la hacienda Santtorini, el aire estaba espeso con el aroma almizclado del sexo y el sudor. Joseph yacía desnudo sobre las sábanas revueltas, los músculos de su torso tensos y brillantes. La mujer a su lado arqueaba la espalda con un gemido gutural, instándolo a seguir con más fuerza. La cama de hierro negra rechinaba y golpeteaba contra la pared al ritmo de sus embestidas."¡Isabell, no puedo sacarte de mi mente ni por un instante!" pensaba Joseph frenéticamente mientras se hundía en la mujer anónima. La imagen de Isabell, la mujer que realmente deseaba, bailaba detrás de sus párpados. La ira lo consumía al imaginarla en los brazos de ese farsante, Dominic Romanov. "¡Siento tanta rabia, me duele verte con ese payaso! Algún día serás mía, de la forma que anhelo."Cuando finalmente terminó, rodó sobre su espalda, la piel perlada de sudor. La mujer yacía inmóvil, con una expresión saciada en su hermoso rostro. Joseph se incorporó, pasándose una mano por el cabello oscu
Dominic atravesó a zancadas el imponente arco de la hacienda Santtorini, envuelto en la oscuridad de la noche. Su corazón latía desbocado mientras se acercaba apresurado a la enorme puerta principal. Sin esperar, golpeó con firmeza e impaciencia hasta que, tras unos angustiosos momentos, se abrió la puerta con un leve chirrido. En el umbral apareció la alta e imponente figura de Darío, el padre de Isabell, quien lo observó con el ceño fruncido y una mirada cargada de ira que hizo estremecer a Dominic. —¿Pero qué rayos haces aquí? ¿Como tienes el descaro de aparecer por aquí a estas indecentes horas de la noche? —espetó Darío con voz grave y áspera como la corteza de un viejo roble. — Ésta no es su casa para que irrumpa así sin ser bienvenido. Dominic contuvo la respiración, sintiendo un nudo en la garganta mientras musitaba con gesto compungido —Discúlpeme, sé que es muy tarde, pero necesito hablar urgentemente con Isabell... Por favor, permítame hablar con ella. Darío entrecerró
La luz del sol entraba a raudales por la ventana, inundando de claridad dorada la habitación y bañando con su calidez el rostro demacrado de Dominic. Él abrió los ojos lentamente, sintiendo la boca reseca y el cuerpo dolorido y pesado por el agotamiento.La resaca de la noche anterior martilleaba aún sus sienes con punzadas constantes. Finalmente cayó en cuenta que se había vuelto a quedar dormido, estaba demasiado exhausto como para levantarse a tiempo.Al incorporarse lentamente, el olor a tabaco impregnado en su ropa arrugada inundó sus fosas nasales, recordándole la noche de excesos en la taberna. Con movimientos torpes, sus pies descalzos tocaron el frío suelo de piedra.Se dirigió al baño tambaleante, el leve aroma a alcohol emanando de su cuerpo. Frotó su rostro demacrado con agua fresca, que goteaba en el viejo lavabo de metal. El sonido relajante ayudó a despejar su mente nublada.El espejo le devolvió el reflejo demacrado de un hombre atormentado, con profundas ojeras violác
Isabel cabalgaba sola de regreso a la hacienda Santtorini. El viento frío le azotaba el rostro enrojecido por el llanto, mientras gruesas lágrimas resbalaban por sus mejillas. Aún resonaban en su mente las hirientes palabras de Beatriz, tan sutiles como venenosas.Mientras su yegua trotaba a buen paso por el camino polvoriento, la joven no podía dejar de revivir una y otra vez el amargo encuentro. Se sentía profundamente herida, triste, furiosa y sobre todo humillada. ¿Cómo se había atrevido esa mujer a expresarse de forma tan irrespetuosa sobre su familia? Pero más doloroso aún era pensar que tal vez Dominic ya no la deseaba como esposa.Un nudo doloroso se le formó en la garganta y las lágrimas volvieron a brotar. Nunca nadie la había desairado de esa forma. No es que estuviera perdidamente enamorada, pero una parte de ella había empezado a sentirse cómoda con la idea de un futuro junto a él. Y justo cuando parecía que las cosas marchaban bien, de un momento a otro todo se desmorona
Dominic caminó por las calles nocturnas con la mirada perdida y la mente enredada en pensamientos tumultuosos. La imagen de Catalina, su reencuentro y la dolorosa despedida seguían frescos en su memoria, como una herida abierta que no dejaba de sangrar. El frío viento otoñal azotaba su rostro, haciéndolo estremecer. Las hojas secas crujían bajo sus pisadas solitarias y el ambiente parecía envolverlo en una nube de melancolía. Algunas farolas parpadeaban, creando sombras inquietantes. Decidió refugiarse en un bar cercano, buscando consuelo en la oscuridad y en la compañía del alcohol. Al entrar, el olor a tabaco impregnaba el aire y envolvía sus sentidos. Una música de jazz sonaba de fondo, transmitiendo una sensación nostálgica. El sonido de la puerta chirriante al abrirse se mezcló con las risas apagadas y murmullos de los parroquianos. El humo flotaba en el aire, creando una atmósfera decadente y cargada. Dominic se adentró en el local eligiendo un rincón apartado donde pudiera ah
A la mañana siguiente, Isabell se despertó sobresaltada, con el peso de la preocupación marcado en su semblante. Enormes ojeras moradas se cernían bajo sus ojos cansados, testigos mudos de una noche en vela donde la ansiedad y la incertidumbre no le habían permitido conciliar el sueño. La débil luz matutina se filtraba tímidamente a través de las cortinas de gasa blanca de su habitación, iluminando tenuemente su rostro demacrado.Isabell parpadeó confundida, tardando unos segundos en recordar el motivo de su desvelo. Ya había pasado un día completo desde que Dominic la había plantado sin dar explicación alguna. Sin embargo, no había tenido noticias de su prometido. Un suspiro de frustración se escapó de entre sus labios resecos. —¿Qué rayos le habrá pasado a ese tonto? — preguntó en voz alta al aire, pero solo el silencio respondió.Pasado un tiempo, el repiqueteo en la puerta de roble la sacó de sus cavilaciones. Era Anne, el ama de llaves, con su característico delantal almidonado
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