No cabía de la felicidad, mi dulce Caroline estaba de nuevo entre mis brazos. Respiraba agitada sobre mi hombro, seguí acariciando su espalda delgada, acaricié sus glúteos, gimoteó y se acurrucó contra mí, besé su cuello, su cara, sus ojos, busqué su mirada.
—Eres preciosa, ¿cómo eres tan preciosa?
Sonrió, me dejó un beso sobre la nariz.
—Debo volver, los niños deben preguntarse dónde estoy.
—No se preguntan nada, deben estar jugando felices, te quiero en mi habitación esta noche, nuestra habitación.
Sonrió de medio lado, y asintió.
—Está bien. Solo porque te extraño mucho.
—También te extrañaba, me moría de deseo por ti, te amo demasiado.
La ayudé a levantarse de mi regazo, se acomodó el vestido, acomodó sus cabellos, sus mejillas estaban rojas y sus ojos brillantes, acomodé mi ropa y la acompañé hasta la puerta, se giró, besé sus labios de forma rápida, se echó a reír.
—Debo regresar a mi lectura.
—Ve, lo último que quiero es interrumpirte mientras creces como persona.
Ladeó la cabe