Eliza
Atrás había quedado el hombre que, minutos antes, había dejado al descubierto su alma sobre el escenario. El que me miró ahora no tenía ni rastro de vulnerabilidad. Frente a mí estaba el Bastián que dirigía emporios con una sola mirada, que aplastaba sin pestañear a quienes osaran desafiarlo.
El implacable director ejecutivo.
―Tú eres el tipo del discurso― dijo Jack, con el ceño fruncido y la desconfianza pintada en los ojos. Dio un paso hacia adelante, sin soltarme del todo―. Y tú siempre estás esperándola fuera de la empresa. ¿Quién carajos eres?
Bastián ladeó la cabeza con una sonrisa apenas curvada, una tan peligrosa como un arma oculta.
―Alguien que te arrancará las manos y te estrangulará con ellas si no te alejas de mi mujer― dijo con una voz suave, casi amable. Tan tranquilo, que fue más aterrador que si hubiera gritado.
¿Su mujer? ¿Qué demonios le pasaba?
Me congelé. No solo por lo que acababa de decir, sino por cómo lo había dicho. Como si fuera un hecho, como si yo le