Capitulo 49

Eliza

El aire de la noche era ideal, casi primaveral, con esa tibieza suave que acaricia la piel sin sofocar. Caminábamos tomados de la mano por uno de los parques más encantadores de París, después de haber cenado en un pequeño restaurante escondido en una callecita adoquinada.

No era un sitio lujoso ni demasiado concurrido, pero la comida había sido excepcional, y el ambiente, íntimo, perfecto para nosotros. Había algo en esa ciudad que convertía lo ordinario en inolvidable.

Como la noche estaba tan agradable, decidimos prolongarla con un paseo tranquilo. A nuestro alrededor, la ciudad vibraba con su murmullo incesante: risas lejanas, conversaciones apagadas, algún que otro ladrido o chirrido de bicicleta. Sobre el césped aún quedaban algunas parejas tendidas sobre mantas, contemplando el cielo despejado, envueltos en su propio mundo. Las farolas proyectaban destellos titilantes, como si también quisieran ser parte del espectáculo nocturno.

Es cierto lo que dicen, París tiene algo d
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