El vapor del baño seguía suspendido en el aire, y el agua tibia resbalaba por el suelo de mármol como si el tiempo se hubiera detenido. Violeta no podía dejar de temblar. No sabía si era por el susto, la rabia… o la cercanía de Liam ante aquel beso y su confesión.
Él seguía allí, con la piel húmeda y la herida apenas cubierta por una toalla. La mirada de acero que solía usar con el mundo se había quebrado frente a ella, dejando ver una vulnerabilidad que solo ella podía entender.
—No debiste venir —murmuró él, con voz baja.
—Y tú no debiste arriesgarte así —replicó, temblando.
—Era necesario —dijo él con un tono que intentaba ser firme, aunque su respiración lo traicionaba.
Violeta se acercó sin pensarlo. La toalla que usaba para detener la sangre estaba empapada, y cuando sus dedos tocaron su piel, un escalofrío recorrió a ambos.
El calor del cuerpo de Liam contrastaba con el frío del agua que aún goteaba del grifo.
—Deja que te ayude —susurró ella.
Tomó una gasa y comenzó a limpiar