La puerta principal se abrió con un suave chirrido. El eco de los tacones finos resonó en el mármol pulido del vestíbulo, y el aire pareció llenarse de una energía nueva, vibrante, casi luminosa. Violeta fue la primera en verla. Esperaba encontrar a una anciana frágil, de cabello blanco y paso lento. Pero la mujer que cruzó el umbral era todo lo contrario.
Evelyn Knight —la célebre “nana” de Liam— parecía salida de una revista.
De mediana estatura, el cabello rubio perlado recogido en un moño elegante, y unos ojos azules vivaces que brillaban con inteligencia. Vestía un traje beige de corte impecable y un pañuelo de seda anudado al cuello, probablemente de una marca que Violeta solo había visto en vitrinas.
—¡Mi niño! —exclamó con voz melodiosa antes de abrir los brazos.
Liam apenas tuvo tiempo de reaccionar. La mujer lo envolvió en un abrazo cálido y apretado, como si el tiempo no hubiera pasado.
—Nana… —dijo él, sonriendo por primera vez en días—. No cambias nunca.
—Tú sí —replicó e