El apartamento olía a mezcla de harina, café y algo que probablemente había estado demasiado tiempo en el horno. La encimera estaba cubierta de ingredientes, utensilios y un caos delicioso que hablaba por sí solo: el primer día de ensayos de cocina había comenzado.
Violeta, con el cabello recogido en un moño desordenado y el delantal atado a la cintura, se movía entre los estantes con agilidad, mientras Liam la observaba desde la mesa, sosteniendo una cuchara con cierta desconfianza.
El sol de media mañana entraba por la ventana, iluminando el polvo suspendido en el aire y bañando el lugar con un tono dorado. En el suelo, Atenea observaba cada movimiento con ojos atentos, como si comprendiera que algo importante estaba ocurriendo.
La cocina, antes silenciosa, se llenaba ahora de sonidos: el golpeteo de los cuchillos, el burbujeo de una salsa y el ocasional suspiro resignado de Violeta cuando algo no salía como planeaba. Liam intentaba picar cebolla siguiendo las indicaciones de ella,