La revelación de que su hijo no era un receptor pasivo de la verdad, sino un generador activo de la realidad honesta, transformó la vida en El Silencio de un refugio en un claustro, Kael y Elara entendieron que la paz no era un lujo, sino una necesidad biológica, la única manera de modular la inmensa Habilidad Inmortal del bebé, evitando que su propia potencia se volviera caótica o destructiva para el mundo exterior y para él mismo, la misión ya no era solo sobrevivir a la crisis, sino crear un entorno de verdad indubitable, un experimento radical de pureza emocional y física.
La primera medida extrema fue el Protocolo Cero Eufemismos, la eliminación de toda simulación en su comunicación, incluso aquellas pequeñas, sociales y bien intencionadas, Kael tuvo que desmantelar décadas de hábitos corporativos, el arte de la mediación y el suavizado de la verdad que su padre le había inculcado, si sentía miedo por la repercusión de la donación a la fundación de salud mental (la coartada perfe