La calma tensa había regresado al laboratorio subterráneo, una calma impuesta por la necesidad de supervivencia y la adrenalina que seguía bombeando por las venas de Elara y Kael, aunque el eco del teléfono destrozado y el pitido latente del dispositivo cifrado recordaban la amenaza constante que se cernía sobre ellos, el ultimátum de 24 horas del padre de Kael actuando como un reloj de arena que marcaba el tiempo para el enfrentamiento final.
Helena, con una eficiencia inmutable, había instalado a Kael de nuevo en la camilla, inyectándole analgésicos para su hombro herido y asegurando que Elara se recostara en un diván cercano, la urgencia de la sanación de Elara siendo la prioridad absoluta, ya que su mente y su Habilidad eran la única arma que poseían.
"No podemos esperar, Elara, el pico de estrés que te causó la interrupción del teléfono ha desestabilizado tu sistema, y la toxicidad residual del metal pesado se está amplificando," declaró Helena, con una seriedad que no admitía ré