Elara sostuvo el peso de Kael, guiándolo con esfuerzo por la penumbra del hangar, sus pasos resonando en el vasto espacio vacío mientras la pesada puerta de metal se cerraba con un siseo amortiguado tras ellos, sellando su fuga y el inicio de su reclusión, una reclusión voluntaria en el corazón de la última fortaleza de su abuelo, un lugar donde el control de su padre no podía penetrar, un santuario de la verdad que su madre había legado.
La luz interior se encendió, revelando no un almacén abandonado, sino un centro de comando austero, pulcro, sorprendentemente moderno, que irradiaba una sensación de seguridad impenetrable, el verdadero búnker de la línea Orion, un lugar donde los secretos familiares se guardaban mejor que cualquier tesoro corporativo.
"¡Bendito sea el cielo que han llegado! Y bendita sea la sangre Orion que siempre encuentra la verdad," exclamó la señora Helena, saliendo de una puerta lateral.
La antigua ama de llaves, con su calidez matriarcal intacta, llevaba un u