Elara pisó el acelerador del todoterreno negro, la velocidad un bálsamo para el pánico residual de la fuga, mientras las luces de la mansión Orion desaparecían en el espejo retrovisor, un símbolo de su escape de la toxicidad, la vigilancia y la traición, dejando atrás el veneno lento que había amenazado su cordura y la vida de su hijo, una huida impulsada por el miedo y consolidada por la sangre fresca que manchaba el asiento del pasajero, la sangre de Kael, su esposo, su manipulador, y ahora, su protegido, el hombre que había arriesgado su vida para interponerse entre ella y la amenaza.
El silencio de la cabina era pesado, interrumpido solo por el rugido sordo del motor y la respiración superficial y entrecortada de Kael, quien se aferraba al borde del asiento, su rostro pálido y tenso, el ceño fruncido no por la ira habitual del CEO que lo controlaba todo, sino por el dolor físico ineludible que emanaba de su hombro herido, un dolor que su Habilidad Despertada le permitía a Elara se