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El zumbido del panel sincronizado todavía vibraba en las venas de Valentina, como un latido compartido entre ella y la energía del Proyecto Seraphim. Alexander permanecía a su lado, la respiración aún agitada, los ojos fijos en cada sombra que la sala proyectaba. La calma era ilusoria; ambos lo sabían.
—No tenemos mucho tiempo —dijo Alexander, la voz tensa—. Helix descubrirá la interferencia antes de que podamos reaccionar completamente.
Valentina asintió, sintiendo cómo el poder que despertó dentro de ella fluía con fuerza, a la vez extraño y familiar. Podía percibir los movimientos de los soldados afuera, sentir cada aproximación, cada paso en la distancia. Era como si la ciudad misma la alertara, y la sensación la llenaba de un temor y una determinación inesperada.
Un golpe seco resonó en la entrada del edificio. Ambos se giraron al mismo tiempo. La sombra de un hombre alto y encapuchado se proyectaba en la puerta, bloqueando la luz de la luna.
—Helix… —murmuró Alexander,